Imposible expresarlo mejor que el escritor Santiago Posteguillo. Su vídeo de diez minutos en el Senado es una micronovela. Descarnando las vergüenzas tras el barro. ... Enfatizando como en una película el adjetivo «miserable» ligado a no pocas actitudes de la clase política. Sin colores. De uno y de otro lado. Haciendo si cabe más grande la redonda frase de don Antonio Machado. «Españolito que vienes al mundo, te guarde Dios; una de las dos Españas ha de helarte el corazón». Y la actualización tras la DANA: «Las dos Españas nos están helando el corazón». Llevando al clímax el relato al recordar cómo «en el siglo I antes de Cristo, los políticos se apuñalaban entre ellos; la sensación que hay ahora es que los políticos del siglo XXI apuñalan al pueblo». Pasado casi un mes del horror de las aguas y el barro arrasándolo todo, es hora de echar la mirada atrás. Y adelante. Y entre la muerte, el abandono, las miles de personas que lo han perdido casi todo y el titánico reto de la reconstrucción, del lodo emergen un sinfín de vergüenzas. Vergüenza de la ministra de Defensa abroncando a unos vecinos de Paiporta. Entre ellos a un chaval con barro hasta las rodillas que la interpela porque no se limpien los garajes. «No es mi culpa», es la poca explicación a gritos de una infame Margarita Robles. Vergüenza de una reunión del CECOPI con los monitores de la videoconferencia apagados durante una hora para los representantes del Gobierno. Vergüenza de las insuficientes explicaciones del Consell sobre el porqué de ese apagón. Infinidad de llamadas y mensajes a los responsables de comunicación (más bien de incomunicación) del Gobierno valenciano de redactores de este periódico sin respuesta. Vergüenza de ver cómo camino de un mes después del desastre, cientos de garajes y bajos de pueblos de la zona cero siguen llenos de agua y barro. Un mes después. Una imagen de país subdesarrollado, por mucho que el Gobierno central insista en afirmar que esto no es un Estado «fallido». Pues es un Estado que falla a sus ciudadanos. Y mucho. Vergüenza de los mensajes y mensajes que no llegan desde puntos como Catarroja, Sot de Chera y otros pueblos. «Estamos abandonados». Y desde el Palau de la Generalitat y desde la Moncloa, mirando para otro lado. O mirándose los unos a los otros. Con peleas, descalificaciones cruzadas y puñaladas como las del siglo I antes de Cristo. Vergüenza que de las pocas soluciones habitacionales por ahora para los desalojados, casi un mes después, sea el viejo hospital La Fe de Campanar. O la parte superior de un centro de salud de uno de los municipios golpeados por el agua y el lodo. Vergüenza que ni Consell ni Gobierno hayan orquestado a fecha de hoy una solución mejor. Vergüenza que los polígonos industriales sigan en su mayor parte inutilizados. Con muchos autónomo quemando ahorros. Abandonados. Olvidados. Por la Comunitat y por España. Por el Consell y por el Gobierno. Vergüenza porque miles de afectados sigan sin poder cambiar sus muebles anegados por el atasco de periciales del Consorcio de Seguros. Vergüenza de que ni eso sea capaz de reforzar el Gobierno. ¿Tienen que pedir también ayuda para eso los perjudicados, señor Sánchez?
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El agua y el lodo bajaron. La calle intenta recobrar la normalidad. Pero después del drama y la tragedia llega el dolor más vergonzante. La vergüenza de la clase política, valenciana y nacional, sucede al barro y sepulta aún más al pueblo de esta tierra.
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