Sor Rosa es del municipio de Oliva, acudió a la JMJ del año 2000 en Roma y algo ocurrió en aquel momento porque su vida dio un giro radical. Ella quería ser restauradora de arte, compartía piso con las amigas en Valencia y estudiaba Bellas ... Artes con la intención de proyectar su vida en el arte. Lo normal en una joven con 20 años, pero aunque disfrutaba con el estudio, sentía un vacío interior que no le llenaba. Su brújula, su ansia de buscar la felicidad, la llevó a ir más allá y tras varias peregrinaciones y experiencias personales, afloró el don de la fe. Rosa es la hermana menor de cuatro hermanos y lo tuvo tan claro que dejó todas sus cosas en la habitación de casa y encargó a sus padres que donaran toda su ropa a los más necesitados. El hábito religioso iba a ser de aquel momento en adelante su vestidura oficial para el resto de los días.
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Han pasado ya 24 años desde aquel día y hoy es religiosa de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, una congregación cuya misión es acoger a los ancianos más vulnerables en un ambiente de familia, atendiendo todas sus necesidades: materiales, de afecto y espirituales. Ingenuo de mí, le pregunté qué planes tenía para estas Navidades, con la esperanza de que me dijera que lo celebraría con su familia, a lo que la mayoría estamos acostumbrados. Pero olvidamos que hay mucha gente como Rosa que se entrega a los demás y no cambian sus planes de manera excepcional, porque están dedicadas a cuidar a la gente que lo necesita o que está sola. Su consigna es «cuidar cuerpos para salvar almas», en libertad y respeto hacia la persona, cualquiera que sea su ideología y creencia religiosa.
El concepto de Navidad es muy diferente para el resto de los mortales que no estamos en situación de vulnerabilidad (por ahora). Pienso en esas mesas llenas de manjares y grandes vinos, mariscos y cochinillos, esas celebraciones en familia de estos días pasados, en los que a buen seguro nos hemos excedido con las cantidades de comida y de alcohol.
La otra Navidad, la que nosotros no conocemos, es una de las más auténticas que existen y es posible gracias a gente maravillosa y entregada como Rosa, que hace que los últimos años de los más ancianos cobren sentido, porque como dicen, «el final de la vida es todavía vida». Y como Rosa, hay muchas personas comprometidas que estos días no se preocupan de comprar regalos y se dedican a atender las Navidades solitarias de quienes lo han perdido todo, incluso su amor propio. Gracias por existir, porque sin ellos la Navidad no sería Navidad.
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