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De la pandemia no salimos mejores. La perspectiva del tiempo desmontó aquel deseo optimista. Y lo mismo ocurre con la dana. Hubo un repunte ... de solidaridad ante el virus, sí. También lo hubo frente al fango. Pero ya. Luego todo eso aterriza en un terreno viscoso, cada vez menos firme, una charca dominada por corrientes que llevan años, décadas, empujando. Como prueba del magma burbujeando debajo nuestro, la lava que escupen los volcanes. Por ejemplo, ya puedes darlo todo por perdido cuando en RTVE (la que debe priorizar un producto con vocación de servicio público), después de un Telediario tropiezas con la promoción de un programa para glorificar a los personajes del salseo y el chisme que nacieron, vivieron y salieron por la puerta de atrás de una controvertida cadena de televisión privada. Es como si en los hospitales públicos, por ser más entretenidos, en vez de médicos hubiera monologuistas, o se dudase sobre si poner vacunas o no, para hacer caso a la audiencia/pacientes. Luego habrá casos de mala praxis, pero la teoría es la que es, y las formas son las que son.
Les Corts es uno de esos sitios donde se guardan las formas. O era. No quedan muchos en los espacios públicos. La educación comienza a convertirse en un lujo, como la intimidad. En lugares públicos (y nada más público que una Asamblea de representación legislativa), los protocolos de tratamiento y las normas de respeto se han ido relajando igual que ha sucedido en los usos sociales. En los 80, era un signo de progresía rupturista evitar el trato de usted. Y eso se ha extendido, todo sea por no perder frescura, campechanía y proximidad con la plebe. Así, se da la paradoja de que en la Cámara se finge tal cercanía al pueblo llano que el gentío, cuando ve a sus representantes, no puede evitar sentirlos como payasos, que de hecho es lo que se llaman unos a otros.
Más papistas que los papas televisivos, los diputados han adoptado un tono rabanero y de callejón. Por acercarse a la gente han terminado camuflados en la mediocridad.
El ciudadano medio, si no es un zoquete total, se sabe limitado en saberes y en tiempo, y vota a personas que le representen lo mejor posible. Lo mejor, contrario de lo peor. Les Corts, ante el dilema de comportarse de manera elitista o de mostrarse como uno más del populacho, ha decidido vulgarizar sus formas. Pero ojo. La manera de hablar, de argumentar e incluso de pensar se rebaja, pero los privilegios propios de la representación pública se protegen. Cada medida de transparencia se contrarresta con cambios normativos que apuntalan un sistema que se muestra cada vez más vulgar, pero sin descuidar los ingresos ni su blindaje.
Paradójico que, para mantenerse a flote, los partidos y los cargos públicos o electos recurran a juegos cada vez más sucios, trampas más propias de la picaresca barriobajera. Llámese diputado nacional, autonómico, concejal, ministra o presidente. Para mantener un estatus y sobrevivir bajo la sombra del sueldo público, se escenifica una cercanía tan exagerada que en una reunión de diputados se registran más insultos que en una reunión de vecinos de escalera, que también es droga dura. El engaño en las formas perturba y retuerce el debate político hasta llegar al encono personal, porque el ciudadano no quiere pararse a pensar que, igual que él sigue dando los buenos días a ese vecino con el que discute por la antena o por la limpieza de la escalera, los diputados también deberían tratarse como personas, y no como delincuentes, perros, o perras.
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