El año empezó mal para Valencia cuando un incendio en Campanar nos recordó que el fuego, que en esta tierra tiene un evidente componente festivo, también puede ser mortal. La ciudad fue noticia en todo el mundo por la magnitud del desastre y la espectacularidad ... de las terribles imágenes. Nadie podía imaginar en aquel momento que ocho meses después volvería al primer plano de la actualidad por una tragedia aún peor. Una inundación que ha acabado con la vida de 223 personas, ha destrozado viviendas y negocios, ha mandado a la chatarra a decenas de miles de vehículos, ha reventado carreteras y ferrocarriles y, en definitiva, ha supuesto la peor riada en la historia de la región y la más letal registrada en España en lo que llevamos del siglo XXI. Lo peor de aquel 29 de octubre de 2024, ya marcado para siempre en la memoria de todos los valencianos, es que no ha terminado. Ni siquiera ha desaparecido todo el barro de garajes, calles y polígonos. Las consecuencias económicas -devastadoras- se van a sufrir durante meses, probablemente años. La afección en el tejido industrial y en los pequeños talleres y tiendas de los municipios anegados por la dana obliga a un esfuerzo de reconstrucción equivalente -a escala del territorio de la provincia- al famoso Plan Marshall que Estados Unidos puso en marcha en Europa al finalizar la II Guerra Mundial. Una tarea descomunal que requiere altura de miras por parte de los gobernantes. Un reto que entra en contradicción con el habitual cruce de acusaciones y con el tacticismo electoralista de corto recorrido del que hace gala la clase política. Y que ni siquiera la tragedia valenciana ha sido capaz de aparcar. La búsqueda de responsabilidades -políticas y, si las hubiere, penales- no debería convertirse en la excusa perfecta para parapetarse en el nocivo «y tú más» con el que eludir el esfuerzo al que están llamadas las administraciones públicas. Entre las cenizas de Campanar y el barro de la dana, en Valencia ha asomado un movimiento espontáneo de solidaridad, de los jóvenes voluntarios y de otros no tan jóvenes. Así como de profesionales venidos de todas partes en auxilio de sus compatriotas. La mejor versión de la España autonómica se vivió cuando bomberos de Cádiz, policías locales de Madrid y personal de Protección Civil de Burgos, por poner tres ejemplos, trabajaron codo con codo en un trozo de la piel de toro que sangraba. Fue un rayo de esperanza.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Empieza febrero de la mejor forma y suscríbete por menos de 5€

Publicidad