Verdi «Don Carlo» (versión 4 actos) M. Pertusi, F. Meli, A. Netrebko, E. Garanca, L. Salsi, J. Park. | Orquesta y coro del teatro alla Scala. | Teatro alla Scala, Milán | Del 7 de diciembre al 2 de enero
Con este 'Don Carlo', inaugura su temporada el teatro de la Scala; muy pocos teatros en el mundo pueden lograr convocar un elenco como este repleto de estrellas y bajo la batuta de un gran maestro como es Riccardo Chailly. Por ello, toda la atención ... del mundo de la ópera estaba puesta en esta producción. El primer aliciente en lo vocal era la presencia de Anna Netrebko, la gran soprano de nuestros días. Personalmente, es una cantante que solo me interesa cuando está bien dirigida y con unos rigurosos ensayos previos, algo que se da muy pocas veces; hoy en día, prácticamente solo en la inauguración de la Scala. Netrebko posee una de esas voces únicas en la historia de la ópera con un timbre cálido, atractivo y personal que no pierde esmalte en todo el registro: desde el grave (natural y sin artificialismos), hasta el brillante agudo, pasando por el dúctil centro donde puede ofrecer toda una paleta de colores. Ahora bien, Chailly limitó sus excesos y le pidió que hiciese todos los pianos y pianísimos de la ópera, y los hizo: no se saltó ni uno y, además, cada uno con su matiz preciso. A eso hay que unir el talento interpretativo d ella soprano quien, con un fraseo consciente en cada momento de la situación dramática, supo retratar a esa reina emboscada entre el poder, la culpa y el amor… En definitiva, una Elisabetta que se recordará en el futuro y a la que se recurrirá como referencia en el papel.
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Si Netrebko es la soprano de nuestro tiempo, Elina Garanca es la mezzo, como ya demostró este verano en Bayreuth interpretando Kundry. También ella es una Eboli de primera clase con un fraseo magistral y una voz que, especialmente en el centro, llena de belleza toda la sala. Dejó páginas para el recuerdo como el «Trema per te, falso figliulo» u 'O mia regina' o en la 'Canción del velo' donde atendió a la indicación «como un murmullo» en los melismas. Francesco Meli es la referencia del repertorio lírico-spinto de tenor de la actualidad. Es un lujo que en Valencia vayamos a contar con su presencia en 'Un ballo in maschera'. Su Don Carlo destaca por la frescura del timbre de tenor, esos brillantes agudos pero también sus medias voces. Por su parte, Luca Salsi fue un Posa más heroico que reflexivo con esa emisión y proyección clara, brillante y generosa con la que firmó una interpretación al nivel de las más grandes barítonos. Entre tantas grandes voces, Michele Pertusi afrontó el el papel de Filippo con unos medios más modestos, si obviamos la belleza de su timbre; pero apareció el artista, el músico, el intérprete… para ofrecer un retrato profundo, de un hombre atormentado, inseguro, emboscado y profundamente infeliz. Para ello, supo encontrar el color preciso para cada situación. No en vano Chailly se deshizo en aplausos tras su 'Ella giammai m'amo'. Por el contrario, Jongmin Park fue un inquisidor con buena voz, pero solo buena voz. Una última mención para la joven soprano española, Rosalía Cid, que fue una ideal voz del cielo.
Pero tantas grandes voces no hubiesen servido de nada de no contar con la magistral batuta de Riccardo Chailly. El maestro conduce una lectura de primerísimo nivel con la que se sitúa a la par de los grandes maestros del pasado. En particular, destaca la manera en la que consigue inspirar en la orquesta (y en particular la cuerda) la atmósfera de cada momento. Así, por ejemplo, en el primer dúo de los protagonistas (a menudo de trámite) consigue una contenida intensidad necesaria para la explosión expresiva que llegará en el último acto. Es solo una ejemplo de la cantidad de detalles que encuentra y consigue. En conjunto, voces y dirección hacen de este 'Don Carlo' un hito que quedará ya para la historia interpretativa de esta ópera.
En medio de este excelso nivel musical, la puesta en escena de Lluís Pasqual solo logra éxitos parciales. La escena dominada por una gran torre móvil de alabastro, brilla especialmente en los dos primeros actos con una propuesta de planteamientos naturalistas con imágenes y figurantes que recuerdan a Velázquez (los enanos) o a Zurbarán (los sacerdotes y condenados). Sin embargo, cuando entramos en el acto tercero en el ámbito de lo íntimo, Pasqual cae en una estatismo que no aporta nada al desarrollo dramático de la obra ni a la profundización de los personajes, sino que todo parece quedar en manos de los cantantes.
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