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Qué hace un 'flâneur'? Nada, camina y observa. A veces, ni siquiera observa y sólo se distrae con sus pensamientos. Es un ciudadano ocioso, sin obligaciones, sin desasosiegos, sin prisa. No hace fotos, mira. Tampoco lleva reloj, adivina la hora por las cosas que suceden a su alrededor; si cierran los bares del puerto es que se acerca el ángelus del mediodía; si el carnicero ya expone en el mostrador restos de despiece es que llega la hora de comer; si las parejas de novios entran en el botánico, tentándose la ropa uno a otra, es que las fábricas acabaron su jornada... Pertenece a un tiempo viejo en el que nadie lleva teléfono, en el que los plazos se demoran, en el que la vida derrocha gustos, olores y ruidos. Evita los juicios morales, la delectación por el costumbrismo y el impostado asombro por la arquitectura o por la gastronomía, no es un turista, sino un errabundo en su propia ciudad. Y también, sí, un burgués que se permite vivir de una renta o del hambre que le deja su condición de artista.
Pasea, y ese paseo resulta distinto del práctico andar. Su destino no es hacer deporte, ni mejorar la salud, ni visitar tal o cual monumento, ni hacer un recado, ni pagar la renta de una querida, más bien sería el propio deambular. Ya casi no queda nadie tan romántico que prefiera ser un 'flâneur' en vez de un instagramer, pero Luis Lonjedo y Guillermo Stuyck sí. El primero, uno de los mejores pintores valencianos de hoy, porque un día querrá verse dibujando escenas cotidianas sobre las baldosas de la ruta de los 'buquinistas' del Pont Marie de París; el segundo, un dandi tan borgiano como ensimismado, porque, a veces, con pereza, deja de escribir sus greguerías cuando, al pensarlas, a él ya le han hecho gracia. Combinando pinceles de Luis con letras de Guillermo, ambos acaban de inaugurar una exposición en la galería Cuatro de Valencia titulada 'Diario de un flâneur'. Y vale la pena visitarla para contemplar la ciudad con ojos de quien no va a ningún lugar en concreto, de quien se pierde por las calles sin haberse desorientado al bajar del crucero o sin ir escondiéndose del sol o de los municipales.
«Y, en fin, ahora un pie y luego el otro, voy cubriendo mi azaroso recorrido», así termina Guillermo Stuyck su vagar por una Valencia que le parece un escenario distinto cada vez que, al azar, se deja llevar por las botas. Apagar el móvil, no dejar rastro en las antenas de su rumbo, volverse ilocalizable y circular por la ciudad como una botella que flota en el mar a merced de olas y peces, eso hace un 'flâneur'. Yo quiero aprender.
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