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Urgente Un incendio en un bingo desata la alarma en el centro de Valencia

Presidir el pleno del Parlamento Europeo me da la oportunidad de prestar atención a debates sobre asuntos que, de otro modo, dejaría pasar. Sentado en el castillo del hemiciclo y concediendo palabras que nunca superan los dos minutos, escucho hablar de su libro a todo tipo de oradores: que si el luxemburgués debiera ser idioma oficial en Europa, que si prohibamos que se cocinen conejos porque son mascotas, que si somos la nueva URSS y Putin el nuevo Churchill... También me da para hacer caseras observaciones de sociología política, como que, cuando se habla de empleo, intervienen más mujeres que hombres y al revés cuando se habla de economía; o como que, en las listas de intervinientes, si el debate va de asuntos sociales, predominan los franceses, pero si el tema es industria, entonces, son los alemanes.

¿Y los españoles? Nuestra especialidad son las disputas hispano-españolas. Qué raro que un eurodiputado español tome la palabra para otra cosa que no sea elevar a Estrasburgo la misma discusión cainita que ya se mantiene en su país, o en su región, o incluso, en su aldea. En el último pleno, uno se quejó ante la Unión Europea porque, en un pueblo de su comunidad, el alcalde no pone multas. Dios mío..., eso nos convierte en el típico compañero de mesa en una boda que no para de dar el coñazo sobre sí mismo en las cuatro horas que duran esas cenas de tortura. Creo que los Pirineos son más una barrera mental que física. Y me da lástima que todo se haya politizado tanto. Antes de las redes sociales, la política tenía su sitio y la vida despolitizada el suyo, había primaveras sin connotaciones revolucionarias, simples primaveras de manga corta, lectura en la playa y primeros besos. Ya no.

No hace mucho visité con mi amigo Gabriel Mato la república imaginaria de Uzupis, un barrio separado por el río de Vilna, que, el Día del Pescado de abril de 1998, se declaró independiente de Lituania y de la política. Desde entonces, allí sólo residen artistas y perezosos, la vecindad es divertida y nadie manda ni quiere mandar. Su Constitución proclama el derecho a ser únicos, a ser subjetivos, a no comprender, a no celebrar el cumpleaños..., y el de los perros a ser perros, y el de los gatos a no amar a sus dueños..., y que morir no resulta obligatorio. A veces, sentado en la presidencia del Parlamento, me acuerdo de Uzupis, y me pregunto si aprendimos algo de los jipis porque parece que la política nos devora vivos justo cuando más necesitamos despolitizar el sentido común. Y los afectos. Uzupis es la isla de Nunca Jamás para los españolitos Peter Panes.

La política nos devora vivos justo cuando más necesitamos despolitizar el sentido común

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