Dicen los que escriben historia que el Rey Sol, Luis XIV, no mucho después de sofocar el movimiento revolucionario de la Fronda, dijo ante la asamblea que le pedía derechos que menos ínfulas, que «L'État c'est moi». Fue en la primavera de 1655. ... Un siglo después, Luis XVI, solo por perjudicar a Gran Bretaña, contribuyó con todo lo que pudo a que en las colonias americanas naciera un país nuevo, los Estados Unidos. Que hoy celebra a cara o cruz unas elecciones cruciales para ellos y para todos los demás. Curiosamente, el rey que propició la libertad al otro lado del Atlántico fue víctima de los que reclamaban libertad, igualdad y fraternidad en su propio reino. De modo que en 1793 le separaron la cabeza del cuerpo para iniciar un nuevo tiempo en la historia del mundo.
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A Luis XIV también se le atribuye otra frase gloriosa: «Después de mí, el diluvio». Seguramente la dijo, en realidad, madame Pompadour; pero a lo que vamos ahora es a observar cómo, en estos días de desgracia, todo anda revuelto por las aguas de la inundación, y ya no se distingue bien qué es el Estado, qué cosa es el rey, quién es el presidente del Gobierno de su majestad y qué hace o no hace un presidente autonómico en esta España que dividimos en autonomías para hacer que nuestro histórico caos de riadas y catástrofes naturales se haga un poco más perverso y complicado.
El Estado ha llegado tarde. Lo pude leer ya el día 30, escrito por estudiosos de la administración que analizan a diario lo que pasa. Lo que nos pasa, mejor dicho: porque el Estado no es el rey Felipe, aunque sea su jefe, ni es la presidenta de las Cortes, ni es el presidente Sánchez o el presidente Mazón. El Estado somos todos, el Estado es un conjunto, un compendio nacional, un colectivo compuesto de individualidades... que se supone que en momentos así tiene que latir al mismo compás, sufrir lo que unos pocos sufren y colaborar para que se socorra a los que lo han perdido todo.
No, ni el Estado «c'est moi» ni me da igual si después de mí viene un «deluge». La democracia de los tiempos modernos está construida sobre una solidaridad no ya de socorros sino de decisiones y responsabilidades. De modo que, si es estúpido echarle barro a la reina, es asombroso que no se detenga al que le rompió el cristal al coche del presidente. El Estado es todo, desde el Ejército a esa sobrecogedora legión de cepillos que cruza el puente para admiración general. Todos somos pueblo y Estado. Cada una de las personas, actos, decisiones, damnificados y víctimas de estos días es un cuerpo homogéneo. De modo que la agresión de los unos contra los otros es nociva y muy peligrosa. Verlo a tiempo puede ser la clave del éxito.
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