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Como si fuera la mayor de sus cien hijas, Miquel Navarro apoyó la mano derecha en el cuello de la maqueta de la escultura, se inclinó un poco y depositó un tierno beso en el morro de una obra singular: una estructura que, desde hace ... cuarenta años, todos llamamos La Pantera Rosa.
Fue como un ritual: a primeros de octubre del año pasado, el MuVIM inauguró una exposición de trabajos del escultor de Mislata y, bajo el rótulo de 'urbanismo poético', allí se vieron reunidas las maquetas de sus principales estructuras ciudadanas, grandes construcciones en hierro nacidas para transformar la vida de plazas, barrios enteros, e incluso para dar nuevo horizonte a una ciudad. Pero en este caso, el del simbólico beso, la obra elegida fue la primera y principal, la fuente de la plaza de Sanchis Guarner, en el acceso a Valencia por el sur. Una obra primeriza que el próximo miércoles, 18 de septiembre, va a cumplir sus primeros cuarenta años.
No sé si se va a hacer alguna fiesta oficial, pero casi da lo mismo. Porque lo importante es saber que la escultura que el joven y proteico Miguel situó junto a aquella encrucijada de la pista de Silla fue, en el lejano 1984, tanto un atrevimiento, como una llamada de atención y un súbito enamoramiento. Atrevimiento del escultor, sin duda; y valentía del alcalde, Ricard Pérez Casado, que apostó por la novedad casi inédita de la escultura no figurativa, hasta entonces no abordada con ese colosal tamaño. Y desde luego, salto de progreso y valentía, de avance hacia nuevos horizontes estéticos, de una ciudad que hizo bromas y todo lo que se quiera, pero que enseguida aceptó que el escenario urbano se tiene que adaptar a nuevas ambiciones.
La escultura de Miquel Navarro, que financió la Confederación Hidrográfica del Xùquer, es oficialmente el cierre de las obras de traída de aguas de la Ribera a Valencia, es decir el canal Xùquer-Turia. Obras que arrancan en esa presa de Tous que había sido arrasada dos años antes por la tenebrosa 'Pantanada'. En resumen, que el sentir de esa obra de Navarro yo creo que fue, a un tiempo, el de dar las gracias por el agua recibida como el de evocar el desastre y sus víctimas. Por eso, la escultura no es más que una fuente, un juego de aguas y volúmenes como tantas otras fuentes del mundo: la mejor forma cívica de celebración pública.
Lo que ocurre es que los valencianos vimos el color de minio, vimos el perfil de la cabeza del artificio metálico y salió enseguida esa vena local, mitad satírica, mitad poética, que nos lleva a bautizar el mobiliario urbano con nombres singulares. La Pantera Rosa se unió al Trench, Les Estaques, el Forn Cremat, les Covetes, el Nano del Carrer d'En Llop y otros cien de la antigüedad... para ser cabeza de una serie moderna que desdeña nombres oficiales y va desde El Jamonero al Parotet, pasando por El Casco o La Peineta.
Santiago Calatrava y Miquel Navarro. Entre uno y otro, hay que reconocerlo, han hecho más por el cambio de percepción de esta ciudad que todos los ayuntamientos juntos. Y si esto puede sonar cruel, podemos enfocarlo de otra manera: son ellos, los genios del diseño de formas urbanas, quienes, a través de sus obras, queriendo o sin querer, han sintonizado mejor con una comunidad que siempre se ha mostrado dispuesta -aunque la sátira nunca la pierde- a asumir los cambios estéticos, culturales y sociales de una ciudad que, no lo olvidemos, es de todos y está por encima del paso efímero de todos.
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