Urgente Óscar Puente anuncia un AVE regional que unirá toda la Comunitat en 2027

Sobre las seis de la tarde del sábado recibí un correo de Iryo: me informaba de que, por una incidencia ajena, sus trenes a Valencia se habían transferido desde Chamartín a Atocha. Por si las moscas, llamé al número de información al cliente; y no ... tuve que esperar mucho para que un ser humano -algo asombroso hoy en día- me confirmara la veracidad del correo: había un problema. En vez de cabalgar hacia el norte, fui al sur de Madrid. Para encontrar, en Atocha, lo que Salazar llama un «llenazo de mascletà», una sala de embarque colmada por unas cinco mil personas; que, a las siete y media de la tarde, se estaban desayunando con dos noticias: que un tren había descarrilado dentro del túnel norte-sur de Madrid y que se habían detenido todas las circulaciones del sur de España porque un chalao andaba por las vías y las catenarias, como en Alfafar.

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Mi tren salió con dos horas y media de retraso, como todos. Pero en ese tiempo de espera, que amenizó una estudiante muy avanzada de violín, aprendí cosas que quiero transmitir. La primera, que sois muchos, muchísimos, una enormidad de personas, los que viajáis a todas horas y a todas partes, gracias a los billetes baratos. Y que con las terminales de los años noventa ya no se puede gestionar el movimiento de masas que en 2024 hay en las estaciones de Madrid, a causa, sobre todo, del concepto radial de la vieja red ferroviaria española. Por eso en Chamartín están haciendo un obrón grandioso y en Atocha hay que hacer otro igual, con obras -taxista dixit-que llevarán hasta el año 2030.

Vi embarcar a los pasajeros de un tren a Barcelona-Sants y pasaron ante mi catorce idiomas y un festival de razas: desde un equipo de hockey entero hasta un tipo con un asta y una bandera. Porque la gente se mueve ahora por España como antes íbamos a la Glorieta, por cuatro perras y en masa, como protagonistas de un fenómeno que nadie ha sabido gestionar. La liberalización de la red ha supuesto que ahora circulan cuatro compañías donde antes había un monopolio; y eso ha triplicado el número de viajeros sin que se hayan realizado a tiempo esfuerzos de inversión que se tenían que haber previsto.

Con todo, además de la serenata de violín, fue interesante ver la competición de los chaquetas rojas de Iryo por atender a sus clientes mejor que los camisas blancas de Renfe, aturrullados, asustados por un caos que ha durado varios días. Y que les hace recaer defectos que no son suyos, sino de la anticuada terminal de Adif: altavoces inaudibles, falta de asientos y tiendas que cerraron a las nueve en medio de una emergencia. Pero lo esencial, lo que digo: que viajáis muchos. Cuando llamaron a embarcar con prioridad a las familias con cochecitos infantiles, ¡aparecieron nueve! Llegué a casa de madrugada. Pero vi la España que hay: la que pide que os pongáis (todos) las pilas.

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