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Qué equivocados estábamos cuando creímos que los debates colectivos más o menos identitarios discurrirían por otros derroteros tras la jubilación de Paquita la Rebentaplenaris y compañía. Otras valencianas indignadas han cubierto sus bajas y basta que alguien diga una palabra más alta que la otra - ... o distinta; entre nosotros soliviantan más las distintas- para que se le echen encima como fieras con renovados bríos. Lo que se ha tenido que oír el empresario Roberto Centeno por describir escuetamente cómo es la fachada marítima de Valencia es tremendo. Yo no me enteré del eco que había provocado su daguerrotipo en las cloacas hasta que lo publicó Pablo Salazar. Inconvenientes de escribir sin red y no emplear arte de pesca alguna. Pero con lo que ha salido a la superficie he tenido suficiente para empacharme. «Unas declaraciones irritantes» (JV Boira, en plan «toíto te lo consiento»), «Les èlits extractives veuen el territori com un camp per explotar, per saquejar» (G. Muñoz). Virgen del amor hermoso. Con lo mesurado que me pareció a mi el perfil que trazó este caballero. La impresión que me llevaba yo a casa después de dar largas caminatas por la orilla era bastante más sombría. Solares, casuchas y merenderos abandonados en torno a un hotel de lujo, cientos de palmeras dejadas de la mano municipal -oído, Badenas- y un solo edificio notable, el otrora asilo para niños raquíticos y escrofulosos. «Triste herencia», que diría Sorolla, uno de los pocos capitalinos con posibles, junto con Blasco Ibáñez, que supo apreciar en su día la belleza oculta en aquel lugar. Pobre legado, admitámoslo, el que ha dejado allí el 'cap i casal'. Una ciudad que no es que ha vivido de espaldas al mar, como reza el tópico, es que los humedales, primero, y la piratería, a continuación, se lo impidieron y cuando pudo acercarse a él, lo había degradado tanto que no supo cómo revertir su situación y lo dejó perder. A Centeno, protagonista involuntario de este respingo nada salingeriano, le ha pasado con los guardianes de las esencias patrias lo mismo que a Stendhal con los detractores de la literatura realista. Ha topado con la Iglesia identitaria, más ortodoxa que la bizantina. Dónde va a parar. El creador de la novela moderna se revolvió contra los tradicionalistas asegurando en el prólogo de 'Rojo y negro' que le tachaban de inmoral por detallar lo que mostraría un espejo. «Más justo sería -concluyó- acusar (...) al inspector de caminos que deja que se estanque el agua y se formen barrizales». Espero que Centeno tome nota, pero que no por ello deje de cumplir su cometido. No nos llevemos a engaño. Para acometer cualquier regeneración urbana se necesitan más inversores que estetas y él lleva ya mucho enterrado en aquellos baldíos.
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