De la que se ha librado la alcaldesa de Valencia. Este verano empezaron a aparecer tórtolas, palomas y pequeñas aves silvestres muertas en un parque de Vila-real. La mortandad se extendió después a otros jardines de la localidad. El alcalde comunicó que los análisis ... realizados en el laboratorio de Sanidad Animal de la Consejería de Medio Ambiente descartaban el envenenamiento. Pero atribuían el origen de las muertes a algo peor: a la enfermedad de Newcastle. Una infección respiratoria altamente contagiosa y mortal para muchos tipos de aves, que, en principio, aseguró José Benlloch, no entraña «riesgo para la salud de las personas». El examen de las tórtolas fallecidas horas después arrojó un resultado completamente distinto. Las colúmbidas analizadas entonces no sólo no presentan el virus de la enfermedad de Newcastle (VEN), sino que tampoco muestran indicios de haber contraído la gripe aviar. Un desconcertante giro que obligará a Sanidad Animal a continuar las pesquisas y permanecer atenta a la evolución del foco durante las próximas semanas. ¿Qué tiene esto que ver con MªJ Catalá, se preguntará el lector? Yo se lo explicaré, si me lo permite. El ayuntamiento licitó meses atrás el contrato de control de la avifauna urbana cuya principal novedad consistía en que contempla una solución animalista. Excluye el sacrificio. Las plagas de palomas no serán exterminadas a partir de ahora como las de ratas, cucarachas y mosquitos. Las palomas serán trasladadas en un número indeterminado a «palomares rurales instalados en distintos puntos de la Comunitat Valenciana» (CV). Una decisión que no satisfizo a los ecologistas, disgustó a los agricultores por el riesgo añadido que representa para las cosechas y peca, cuando menos, de desahogada. Los municipios «rurales de la CV» no tienen por qué soportar las molestias ni correr los riesgos que Valencia no quiere asumir. ¿Aquellos polvos trajeron estos lodos? No. Nada induce a pensar que una cosa tenga que ver con la otra. Es más, mucho me equivocaré si se ha llegado a desterrar a una sola paloma del 'cap i casal'. Me malicio que lo de recluirlas en Albania, en palomares alejados lo más posible de la capital, fue más una forma de acreditar el amor a los animales del partido que ya quiso ocuparse de los perros de los indigentes que una cláusula que figure estipulada en el concesión. Pero, ¿y si sí, que diría José Mota? Son tantas las leyes que se están dictando, tantas las ordenanzas que se están modificando a tontas y a locas -nunca mejor dicho- y tantísimo el dinero público que se está dilapidando en ñoñerías animalistas sin calibrar los efectos que esta paulina transformación de la legalidad puede provocar en la salud pública y el medio ambiente, que un día tendremos un disgusto serio.
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