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En el ámbito político, esta semana ha estado concentrada en dos asuntos. Uno ha sido la formación del nuevo Gobierno, poblado de personas adornadas por ... experiencias profesionales livianas, pero dotadas de colmillos de tamaño elefantiásico, con capacidad de corte de bisturí quirúrgico. Justo lo que necesitamos. Han iniciado su andadura regalándonos algunas perlas, como la genial confesión del ministro de Transportes, antiguo doberman parlamentario y exalcalde de Valladolid, quien reconoció con una candidez propia de novicia ursulina que «si no llegamos a necesitar los siete votos de Junts, no hubiésemos concedido la amnistía». Pero, ¿no habíamos quedado en que todo este lío era por el bien de España y para elevar el nivel y la calidad de la convivencia? Lo cierto es que aquí lo único que se eleva es la altura del muro que Pedro Sánchez construye en la mitad de España para separarla de sí misma.
También le oímos a Patxi López, en su última intervención en el debate de investidura, incluirse sin reparo entre «los que venimos de la cárcel y el exilio». Pero, ¿cuándo ha estado este hombre en la cárcel, en qué establecimiento? ¿Cuándo y a dónde fue desterrado? En la España de hoy está muy mal visto eso de heredar un patrimonio material de sus mayores, pero parece que se puede heredar un currículum sin que nadie se muera del sofoco. ¿Desde cuándo vive este hombre de los presupuestos públicos y cuántos miembros de su familia están cobijados en ellos?
El otro tema de la semana ha sido el vergonzante 'paseo' de la amnistía -y, no lo olvidemos, de los pactos para formar gobierno- por el Parlamento Europeo a fin de determinar si atenta contra alguno de los principios básicos sobre los que se asienta la UE. Puigdemont siguió el discurso de Dolors Montserrat con auriculares y con una mirada entre displicente y sarcástica -si no lo oyó, le aconsejo que lo haga-, pues parece que ya no habla y ni siquiera entiende el castellano.
Por su parte, el PSOE insistió en que se trata de un asunto interno de España, en el que Europa no tiene nada que decir. Sinceramente, creo que lo es, pero sí debería serlo y, personalmente, me da mucha vergüenza que estos debates se realicen en Bruselas o Estrasburgo. Pero, si es un asunto interno, ¿por qué razón se celebraron las reuniones para el acuerdo de investidura y se celebrarán las de seguimiento en Suiza? ¿No se podrían haber celebrado en, digamos, Bollullos del Condado? Y, si es un asunto interno, ¿para qué es necesario uno, o varios, relatores internacionales? ¿No sería más lógico y barato que hubiera arbitrado el partido Medina Cantalejo o, ya que hablamos de Cataluña, Enríquez Negreira?
En el ámbito económico también tenemos dos asuntos. Uno, el adelanto por la izquierda de la patronal a la señora Díaz con su propuesta de subida del SMI condicionada, no lo olvidemos, a la actualización de los contratos del Estado. Una vez más, lo malo de estas subidas es que van al bulto, no discriminan. No tienen el mismo efecto en una empresa tecnológica o financiera que en una que preste sus servicios al Estado limpiando oficinas ministeriales. No tienen el mismo efecto en la agricultura que en la industria aeroespacial. No tienen el mismo efecto en el servicio doméstico que en la exploración subterránea del litio. Y no tienen el mismo efecto en Madrid que en Extremadura. Por eso deberíamos ser más cuidadosos y precisos. Como era de esperar, a la vicepresidenta le pareció un insulto eso de que alguien le madrugara la iniciativa y osara dejarla en mal lugar, por lo que al día siguiente subió la puja y, aprovechando que ella no la paga, prometió una actualización más generosa.
El otro asunto fueron las advertencias de los organismos internacionales, desde la UE hasta el FMI y pasando por el BCE, sobre los peligros que entraña la falta de disciplina en las cuentas públicas. Veremos cómo se presentan los Presupuestos, cuya elaboración comienza ahora, pero ya hemos visto los datos del Banco de España que cifran el tamaño actual de la deuda en 1,578 billones de euros, un nuevo récord. Cada español que nace, antes de emitir su primer lloro, ya debe 31.000 euros. Una cifra de evolución creciente y de costo de financiación preocupante, por más que baje su porcentaje en el PIB. Pero esto lo he dejado para el final porque no figura ni entre las 87 primeras preocupaciones del nuevo Gobierno. Así que, todos tranquilos.
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