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La envidia no el peor sentimiento que me invade cuando observo los preparativos de Barcelona para la celebración de la Copa América de Vela. Es ... peor, más frustrante, la irresponsabilidad mostrada por nuestros gobernantes en el momento en que los neozelandeses decidieron el lugar. Joan Ribó y Ximo Puig no supieron estar a la altura de los intereses valencianos. Les pudo la ideología sobre la conveniencia, el sectarismo sobre la realidad.
Es la sensación que reviví al leer el reportaje de Héctor Esteban en LAS PROVINCIAS del lunes, 'Barcelona exprime la Copa América', que, por el pago de un canon de 70 millones de euros, la ciudad logrará un retorno de 1.000 millones. Eso es rentabilidad, no las subvenciones a colectivos y asociaciones catalanistas, el aumento de asesores y conselleries o el incremento del gasto superfluo.
Nuestros representantes públicos optaron por la aversión a lo realizado por los Gobiernos del PP en lugar de orientarse exclusivamente por los beneficios que grandes eventos como este de la 'Jarra de las cien guineas', reportaron a la capital. Si no, que se lo pregunten a establecimientos, restauradores, incluso colegios, que se vieron agraciados por el alto nivel adquisitivo de los participantes, así como los miles de visitantes durante los meses de la 'Louis Vuitton Cup', con once participantes, para dilucidar quién resultaría el competidor del Alinghi. Por no hablar de que Valencia se vio favorecida internacionalmente por la extraordinaria repercusión mediática y social del evento.
No duden Joan Ribó y compañía que decisiones como ésta han coadyuvado a su derrota. Como afirma la protagonista de 'Yo, Julia', de Santiago Posteguillo, «la inacción en política es en ocasiones una falta tan imperdonable que puede equipararse a la del político que quebranta la ley a sabiendas de que lo está haciendo».
Y lo que es más denigrante para quien ha sido alcalde del 'cap i casal', siempre le perseguirá la sospecha que por su condición de simpatizante del catalanismo, declinó optar por la adjudicación de esta competición y favorecer a Barcelona cuando los neozelandeses tenían preferencia por nuestra ciudad gracias al excelente recuerdo de su presencia en 2007.
Por más odio que primara en el PSPV, Compromís y Podemos hacia los grandes eventos, que tanto beneficiaron a nuestra tierra, ninguno ha sido afectado por la tan cacareada corrupción. Como dice Padura en 'El hombre que amaba los perros', «el odio es una enfermedad imparable y una de las más difíciles de curar». Un nefasto consejero, añado yo. Así es la vida.
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