Empiezo pluralizando porque quiero aludir no a España sino al mundo occidental y democrático en el que estamos insertos. España es un actor muy secundario. Zelenski, que acaba de hacer una gira destacada por los países europeos que cuentan -Alemania, Francia, Gran Bretaña, Italia...-, nos ... ha dejado fuera. Militar o económicamente no estamos tampoco en la primera división. En la calificación del Instituto Kiel nos situamos ahora en el puesto 27 de 39 países, y en la transparencia de cómo efectuamos la ayuda a la necesitada Ucrania, el Instituto pone en la cola a tres mediterráneos, Grecia, España y Portugal. Este es un aspecto particularmente penoso. No se entiende por qué Suiza o Dinamarca, campeonas en transparencia, Chequia, Bulgaria o Finlandia pueden dar datos exactos de su ayuda y por qué nosotros los damos embarullados o los escamoteamos.
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Sánchez, con todo, impertérrito, sigue alardeando. La realidad es que los grandes donantes han asumido que la ayuda española será reducida y lo que quieren, alimentando incluso el ego de Sánchez, es que España no se desmarque verbalmente. Es decir, que el Gobierno no vacile sobre la conveniencia de que Estados Unidos y la UE prosigan proporcionando recursos militares y económicos a la martirizada Ucrania.
Las dudas afloran en otras latitudes, considerables en el tercer mundo, donde la propaganda rusa y china contra Occidente ha hecho mella, e inferiores pero no descartables de modo más acusado a largo plazo en diversos países occidentales.
En esta batalla por ganar voluntades los ucranianos se han apuntado tantos en estas fechas. La reunión del G-7 en Hiroshima ha reiterado el apoyo a Kiev, pedido a China que cese el alineamiento con Rusia, y en ella Zelenski, acogido con simpatía, se entrevistará con «dudosos» importantes, también invitados: India, Brasil, Indonesia. Más significativos aún son otros dos acontecimientos: la otrora paniaguada Alemania, la que vaciló en entregar tanques Leonard a Ucrania, anuncia ahora que va a duplicar la ayuda a ese país. Cifras relevantes. Por otra parte, Washington declara que está de acuerdo en que se le dé un arma básica, aviones F-16 y que formará pilotos ucranianos. La llegada de los aviones no será mañana pero el giro es de relieve.
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Occidente continúa enfrentado en el debate soterrado entre los apaciguadores, los que piensan que aumentar la ayuda a Ucrania será una escalada de impredecibles consecuencias y los que estiman que ceder ante Rusia, pedir a Ucrania que acepte la pérdida de una quinta parte de su territorio a cambio de la paz es algo que va contra el derecho internacional y el respeto de los derechos humanos. Aparte de que no calmaría la voracidad putinesca. Políticos y comentaristas del Norte de Europa remachan un recuerdo bochornoso. En la Cumbre de la OTAN en Bucarest, en 2008, la Alianza dio una larga cambiada a la adhesión de Ucrania y Georgia. Bush hijo quería que fuera en breve, París y Berlín se oponían por temor a provocar a Rusia. Se alcanzó un compromiso, vergonzoso para algunos, de afirmar que los dos países podían entrar pero sin invitarles a hacerlo. Esa concesión a Putin no fue suficiente, invadió Georgia ese mismo año y repitió después con Ucrania. Les ha robado a ambas partes de su territorio.
La situación ha cambiado en el sentido de que hay más países europeos que desean que Ucrania entre en la Alianza y lo manifestarán en la próxima cumbre en Vilnius dentro de tres meses. Pero, ¡sorpresa, sorpresa!, ahora es Biden el que no tiene prisas y mantiene que hay que ser prudentes. No declara, como Macron hace tiempo, que Rusia no podía ser humillada con una derrota en Ucrania para después admitir que Putin «no debería ganar», pero el americano, concentrado en su rivalidad con China, no quiere profundizar en el frente ruso. En el terreno, Ucrania sigue resistiendo los bombardeos y dando a su vez zarpazos dentro de Rusia. Para no desfallecer precisa la ayuda occidental. Sin ella su anunciada contraofensiva será un fracaso; Zelenski corre contra reloj. Sin victorias claras antes de Navidades entrará en terreno peligroso, a Europa le puede hastiar la guerra y su costo, aumentarán las tentaciones para sugerir a los ucranianos algo que no admitiríamos si estuviéramos en su pellejo, que concedan dos regiones ricas al gangster Putin; en Estados Unidos comenzará la campaña electoral. Biden tiene campaña presidencial y si cayera ante el posible Trump la victoria del republicano traería cuestionamientos de la ayuda americana.
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El origen del drama no ha variado. Putin cree que Ucrania no debe ser independiente y que a lo sumo puede subsistir con una soberanía vigilada por Rusia. El ocupante del Kremlin juega con las cartas marcadas. Inicia una guerra con una sangrienta invasión en el programa y la llama «operación militar especial». Castiga al que hable de «guerra» y más aún al que ose decir que va mal. Bombardea centenares de edificios civiles, incluido un teatro-refugio en el que había trescientas personas y lo califica de acciones rutinarias en una batalla. Y si los ucranianos bombardean cualquier objetivo en Rusia, un gran depósito de combustible, lo tacha de acción terrorista.
Ahora como al principio, Rusia no parará si no tiene un número enorme de bajas simultáneas que no pueda ocultar y que haga bajar a la cúpula rusa de la nube voluntarista, imperialista y victimista en que está envuelta.
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Y para los fanáticos del diálogo, los ansiosos ante la escalada, los partidarios de la paz a cualquier precio, una pregunta: ¿compraríamos la paz ante un invasor del norte entregándole el País vasco, Cantabria y Asturias, o Andalucía si fuera un sureño? Esa es la pregunta del millón.
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