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EFE
Almas de ultratumba

Almas de ultratumba

La derechona demoniza a González Pons extrayendo sus propios demonios: es una impugnación a la libertad de juicio en toda regla

Miércoles, 29 de enero 2025, 23:49

Entre alucinada y transpuesta se ha quedado parte de la derechona española por un artículo publicado en estas páginas, 'Una obispa así quisiera yo', que firmaba Esteban González Pons y en el que interpelaba a diestros y siniestros sobre su silencio ante los esperpentos dictados por el emperador Donald Trump. «Se ha proclamado macho alfa de una manada de gorilas y nadie rechista», decía el del PP. Desde luego, pero Trump no es un señor, es un síntoma, como bien concretaba González Pons. Es la expresión de los nuevos/viejos tiempos. Que nadie busque en Trump la individualidad, sino la expresión de la síntesis histórica de lo que tenemos por delante. La ola conservadora arrecia, pero no con las formas de aquella que protagonizaron Reagan/Tatcher: ésta de ahora es cruda y desnuda, destruye cualquier jarrón liberal del XVIII y niega hasta que la Tierra sea redonda. La ola de la derechona, que viene en plan tsunami, no pretende arrinconar a la izquierda, porque la izquierda no es enemiga de la derechona, casi ni le presta atención. Lo que pretende la derechona es derrotar el espíritu liberal en todas sus dimensiones. El espíritu liberal es el enemigo a batir. Por supuesto, de esa ola reaccionara tampoco se libra la izquierda moralista y adoctrinadora, último apéndice infectado de toda cultura abierta y tolerante, igualitaria y humanista, que en nada representa a la izquierda liberal. La izquierda doctrinaria es tan conservadora como el último Bernanos, la lucha entre el bien y el mal, entre Dios y Satanás. La izquierda en su salsa viene de Rabelais, no del pesimismo espiritual. La derechona -a la derecha del PP y algunos restos del naufragio dentro aún del PP- demoniza a González Pons extrayendo sus propios demonios: es una impugnación a la libertad de juicio en toda regla, como si se castrara la irreverencia, la heterodoxia, la risa, la alegría, la revisión de los mitos, la deslegitimación de los tronos, la ironía de los los protocolos y los clasicismos de cartón piedra. Hemos contribuido a engendrar un mundo con muchos ogros y gorilas, odios y machos-alfa, un mundo henchido de idiocias, que ya ni siquiera hace caso -no hace caso la derechona- a las contribuciones científicas como testigos de una cierta verdad transitoria, puestas en cuestión con bulos y mentiras y falsedades. Esto ya parece La Decadencia de Occidente del señor Spengler, que proclamaba doscientos años de cesarismo y colapso de la cultura occidental a partir del año dos mil. No será para tanto, desde luego, pero ahí están los negacionismos, el repudio a la ciencia como una de las madres del conocimiento, el rechazo de Darwin y hasta de la esfericidad planetaria, entre el vendaval de irracionalismos que triunfan de nuevo. Los irracionalismos se aceptan como si se aceptara que una curva es recta y que Euclides fue un astronauta del 300 antes de Cristo. Creamos Occidente -y todas esas verdades de la ilustración, de la modernidad, de la acumulación del saber- durante siglos para que ahora venga Mayor Oreja o alguno de sus amigos y diga que no hay selección de especies ni hay nada parecido. Solo un Dios creador. Que el mundo, vaya, se creó a dedo. ¿No había dotado ya el jesuita Teilhard de Chardin al evolucionismo de un alma cristiana? El cura francés ya sostuvo que en uno de los eslabones de la evolución, Dios había insuflado el Espíritu, de modo que así el jesuita conformó a todos, e integró el evolucionismo en la Iglesia. Pues ni siquiera eso. A la hoguera también Teilhard de Chardin, y eso que era cura. La corrupción científica funciona ya en todas partes, incluso se origina en la Casa Blanca, quién lo iba a decir. El vigía del mundo resulta que entroniza la trola. Le importan una higa las universidades y las academias y Einstein y Newton y toda la serie. Y mira, en eso estamos como en Valencia, más o menos. Aquí hay negacionismo lingüístico, que es lo mismo, pero sin materialidad. ¿Qué me dicen de la propuesta de alguien de la derechona que propuso traducir a Estellés al catalán? ¿Y por qué no El Quijote al andaluz, o 'Las Coplas a la muerte de mi padre', recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte, al cacereño? Todos los departamentos de románicas del mundo están de acuerdo en una cosa, pero hay orangutanes que lo rechazan. Algunos orangutanes son notarios. Quizás el asunto filológico no reclame un análisis académico sino que forme parte de algún tipo de neurosis explícita, porque sabemos desde Jung de la influencia de las neurosis en la comprensión del universo. Los grandes logros de la humanidad se atribuyen, en gran parte, a los neuróticos, eso es verdad, y ahí están los grandes artistas y los grandes filósofos y los grandes matemáticos para afirmarlo. O sea, que igual tienen razón ellos, y todas las humildes universidades del mundo y el mundo del sentido común está equivocado. Puede. Nunca se sabe. Yo creo que a Estellés, sin embargo, lo deberían traducir al valenciano de Ausias March y de Martorell, y en ese plan, para acabarlo de arreglar. O a un valenciano asainetado. O al latín. ¿Por qué no al latín? ¿No se le ha ocurrido a la derechona negacionista? En este «poema de necedades», que diría Quevedo, en el que han metido a González Pons, sólo es posible abrir una ventana al carnaval. La peripecia carcamal no da ni para un hazmerreír. Una asnada más. Vamos hacia un mundo de ultratumbas, donde las almas en pena vagan a su aire para posarse en un cuerpo y decir la suya, que bien puede ser la siguiente animalada. En fin, consolémonos en que ninguna intolerancia, ningún acientífismo, ningún terraplanismo, ningún racismo, ninguna idiotez puede robarnos la vida propia: nacemos desnudos y así nos iremos, con el «macho alfa» de Trump o sin él, con una obispa humanista o sin ella. Ah, y la derecha será liberal o no será (la derechona ya sabemos que no).

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