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Tenemos a un general, que además es sociólogo, Gan Pampols, y tenemos a José María Ángel, que además de político es historiador y curtido en mil batallas, al frente de la reconstrucción. A uno lo ha puesto el Consell y a otro, el Gobierno. Pero sociólogo e historiador, militar y político, ambos saben que no hay reconstrucción posible sin una nueva relación identitaria de la gente con su entorno, y eso no hay dinero que lo arregle. El miedo latente a la naturaleza próxima, la desconfianza hacia el abismo abierto entre la vida cotidiana y un medio aparecido como hostil, la pérdida material y la pérdida moral, ha de generar una conciencia crítica a partir de un conocimiento de unos males objetivos ausentes hasta el momento. La reconstrucción es estéril, pues, si no cumple con el propósito de alterar esa amenaza subyacente y si no funda un nuevo vínculo que anule la perturbación psicológica del horror pasado. Por lo tanto, lo inmediato es la rehabilitación de las viviendas, de los utensilios domésticos, de las paredes y estancias, pero enseguida hay que sentar las bases para que la tragedia no regrese nunca. Sólo así puede afianzarse la relación perdurable con la tierra, con el espacio vivido, con lo que era y ha sido abatido por la riada. Ángel es consciente, supongo, de ese pálpito hondo, que no es material, y yo creo que Pampols también. Pampols ha ascendido el Everest y ha alcanzado el polo norte y el polo sur: el esfuerzo se mide con la recompensa, o podemos estar en un Sísifo perenne. No hay reconstrucción sin refundación. Esto no es el siglo XV. Ambas han de ir de la mano. Habrá que encargar a los especialistas y a los sabios el plan que haga inútil el atronador escupitajo de la naturaleza. Y habrá que poner en su sitio al ecologismo fundamentalista y al capitalismo asilvestrado. Y al Estado, que coloca carreteras donde había vaguadas, y a los alcaldes, que intentan impugnar las prevenciones de los expertos. Hay que regresar al punto original de la organización colectiva, como si las convenciones conocidas hubiesen fracasado y nos hubiéramos adentrado en una catarsis poderosa a partir de la cual se reinician cálculos y se examinan los avances tecnológicos provechosos para combatir las posibles catástrofes, y se revisan las informaciones y los avisos a la población y se robotizan barrancos y ramblas y ríos, y se refundan presas, y se reinventan modelos y funciones. Una catarsis es una purificación. Echar lo que no sirve y comenzar de nuevo. ¿Es posible? ¿Cómo? Quien haya supuesto que dos personas -Ángel y Pampols-, dejadas caer en la inmediatez, más o menos, son capaces de encontrar el Santo Grial que nadie ha hallado en miles de años van listos. Desde el principio de los tiempos, o, mejor, desde la era geológica que nos corresponde a los humanos, esos mismos barrancos y esos mismos ríos han anegado tierras y vidas y han causado pavor, riada tras riada, cieno tras cieno, sedimento tras sedimento. Hasta el otro día, cuando se cobraron decenas y decenas de vidas y dejaron en la desgracia y en la depresión a miles y miles. ¿Cómo exigirles ahora a los encargados de la reconstrucción un cambio de paradigma, una revolución en la jerarquía de los valores morales, la concepción de nuevas estructuras y pautas, la instauración de una conciencia externa que haga posibles los cambios, la realización de la obra pública en plazos inmediatos, la gestación de un programa que transforme el suelo y las aspiraciones vecinales e institucionales? ¿Refundación? Las palabras son hermosas, pero han de poseer algo de verdad, o alguna atadura con la realidad. Y la realidad es, por el momento, la que es: la recuperación cuanto antes de la normalidad cotidiana, del trabajo perdido, del tejido empresarial desecho, del deterioro psicológico quebrado. Erigir lo ordinario a partir de un yacimiento de ruinas. Después, o al mismo tiempo, pero con otros plazos, vendrá lo otro. Ángel y Pampols saben lo que hay detrás, y lo que les van a pedir: ya se lo están pidiendo. La instauración de un nuevo mapa que componga otro paisaje domesticador de la fuerza de la naturaleza. ¿Refundación? ¿Comenzar desde el principio? Primero, los deberes inmediatos. Y en paralelo, los proyectos que anulen la posible destrucción futura. Durante cientos de años, apenas se han 'inventado' unas presas para regular las devastaciones, presas que casi son sobrepasadas por la fuerza del agua. Ahora urge ponerlo todo patas arriba. Bueno, que se sepa, Pampols y Ángel no son dioses, aunque la Naturaleza, para algunos, se hay convertido en una religión. Pampols habrá ascendido el Himalaya y alcanzado el polo norte, y Ángel habrá hecho algún que otro maratón, pero la misión de impedir las catástrofes es un encargo descomunal. Resolver la inmediatez, vale. Para lo demás, habrá que ayudarles: las universidades, por ejemplo. Necesitarán matemáticos, e ingenieros, y reiventar el territorio arrasado, y colocar la última tecnología de avisos y emergencias, etc, pero sobre todo convencer a las fuerzas fácticas que no suelen amoldarse a los cambios, que son muchas y muy variadas. Y poseer un exceso de ataraxia para metabolizar las estrategias de tensión y las contradicciones internas que irán surgiendo en el camino. Mucha suerte.
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