![El jazz y las bandas](https://s3.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/2024/07/05/192539111--1200x840.jpg)
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El festival de jazz de Valencia de este año, que vuelve al Palau de la Música -con lo bien que se escuchaba el jazz en el teatro Principal-, contiene una célula explosiva en su interior: es un certamen para el público pero que deja más bien insensible al universo del jazz valenciano. Esa consonancia -las entradas vendidas y la emoción de la crítica y los músicos ante las notas singulares- es uno de los indicadores básicos para saber si un festival de jazz es extraordinario o menor. A éste le pasa un poco lo que le pasó al primero que firmó el Rialto, con Compromís a la cabeza: dejó atónito a todo el mundo, a los expertos y a los espectadores. Después se reformó y volvió por los cauces más tradicionales porque le cedieron autonomía suficiente a Enrique Monfort, director que conoce bien el consciente y subconsciente de la esfera jazzística valenciana. El primero del PPCV en la Alcaldía en esta nueva época se ha desvanecido entre orquestas, música latina y la porción dedicada a los músicos valencianos sin penetrar en las llamaradas de brillantez que precisa todo festival de jazz que se precie de uno a otro confín del mundo: reunir a los valores consagrados y a los valores que pueden consagrarse en el futuro al igual que todo centro artístico ha de apostar por la 'tradición' y por los artistas que algún día pueden formar parte de esa 'tradición'. Esto último, claro, es lo más difícíl, porque se necesita olfato y riesgo, y tampoco todo el mundo es Vicent Todolí, pongo por caso. La 27 edición del festival de jazz de Valencia ha incrementado el presupuesto, pero para coronarlo y ascenderlo a uno de los Olimpos destinados a la disciplina hace falta que también la diputación y la Generalitat se impliquen y se entreguen a centrar y concentrar la capitalidad cultural en Valencia como motor de una excelencia que no puede ser diseminada en capitalidades párvulas o más o menos provinciales. Hay ciudades que son literarias y hay ciudades que son musicales. No hará falta señalar cuál es la síntesis ética y estética de Valencia, ni la de sus arqueologías y sus gentes. Y sus imaginarios. El primero, el de las bandas musicales, cuyas calentas no son posmodernas, precisamente. El Certamen de Bandas se levantó por primera vez en 1886, un año después de la epidemia del cólera, y llegó a Valencia desde Cullera: ahí nació Manuel Sapiña, alcalde liberal sagastista de Valencia, que lo promovió. Este año, su 136, se ensancha y refulge más porque le han puesto devoción y madurez Manuel Tomás, músico, junto a Vicente Llimerá, también músico, y José Luis Moreno, que es el concejal del ramo. Y han convocado no solo a 3.500 músicos sino que han comprometido a las instituciones valencianas. Las agrupaciones musicales, una en cada municipio, forman una red inserta en aquello que en otras épocas se denominaba la cultura popular, y su identidad permanece intacta, así como la identificación como modelo de una expresión cultural. Si en Cullera o en Buñol, hace muchísimos años, 'accedían' a Wagner o a Gerswing era a través de la tuba, el clarinete o la trompeta del vecino de enfrente. No digamos en Lliria, ese municipio que ha capitaneado una revolución por el procedimiento de cosificar e lenguaje musical. Y, sin embargo, la glorificación del Certamen de Bandas ha de ir en paralelo a las otras glorificaciones que esperan, pacientes, algún mago con poderes que las eleve a los cielos. El jazz, por ejemplo, y ya me callo.
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