Urgente La jueza de la dana imputa a la exconsellera Pradas y al exsecretario autonómico Argüeso

La dramática riada que nos abrió en canal como pueblo el 29 de octubre nos ha dejado un desolador paisaje de pérdidas humanas, emocionales y ... materiales. Y nos ha dejado un futuro lleno de interrogantes y extrema dureza. Un mañana que debemos afrontar con el mayor coraje y con la fortaleza que nos da la unión como pueblo. Sabiendo que no tenemos más opción que levantarnos y seguir. Dejar fluir esa energía que hemos visto aflorar estos días, cuando el llanto de nuestro vecino, familiar o amigo nos llevó a activar una extraordinaria movilización solidaria. Sin precedentes. Un movimiento, arraigado a la calle y a sus gentes, que llenó los caminos hacia las zonas devastadas de voluntarios que querían tender la mano a las víctimas de la catástrofe más cruel. Un puente de esperanza entre hermanos.

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Estos días, han sido millares de voluntarios los que han hecho posible que la gente comiera, que sus casas se hicieran mínimamente habitables, que las calles comenzaran a ganar la batalla al lodo, que los mayores impedidos tuvieran sus medicinas y que las víctimas, en general, recibieran algo tan sencillo y necesario como un abrazo. Quien lo perdió todo necesitaba eso: un abrazo en el sentido más amplio del término. Y quien se lo ha dado, no ha sido quien gestiona sus impuestos y asume la responsabilidad de estar en el Gobierno, sino ellos: los voluntarios. La mayoría, jóvenes. Nuestros hijos. Esos que se alzaban ante la necesidad para ofrecer su ímpetu, su valentía y su empatía con quienes reclamaban, desde la impotencia, ayuda. Jóvenes que levantaban sus brazos por quienes les necesitaban y alzan ahora la voz indignados ante quienes les han fallado. Una juventud imparable que nos daba una lección de humanidad y de realismo absoluta. Una juventud que ha sido la mejor imagen que podemos dar de nuestra tierra. La imagen más comprometida de un pueblo que, pese a las disputas y controversias políticas, está unido. Un pueblo que ha escrito el mejor relato en medio de este infernal episodio. Un relato que ha chocado con el que han ido garabateando nuestros políticos y gestores. Todos ellos, en la Generalitat y en la Moncloa, atrapados en una cadena de errores donde los eslabones se quebraban entre incapacidades o irresponsabilidades vergonzosas. Ni respondieron a tiempo, ni actuaron después como tocaba.

Nuestra clase política ha quedado devorada por su ineficacia y por el tacticismo que le desvió, sin medir las consecuencias, de lo que debería ser su prioridad: primero, advertir de lo que iba a pasar con celeridad, dando una respuesta ejemplar a la altura de nuestro país; segundo, reaccionar ante la catástrofe, que no se pudo evitar, con todos los medios del Estado -sin el absurdo e indignante pretexto del: «me lo debes pedir primero»-; y tercero, dejar atrás cualquier atisbo de división entre partidos y administraciones y trabajar y dar la cara desde la unidad. Frente a ello, quedó la sensación de que estaban más preocupados por su relato político, cada uno el suyo, que por ir de la mano para transmitir a la ciudadanía que sus gestores van a una, que están con ellos, que todo está engrasado para actuar ante una catástrofe medioambiental histórica, que no existen fisuras, ni ineficacia, ni irresponsabilidad ante una tragedia incalculable...

Se deben asumir responsabilidades, pero sin olvidar que la prioridad todavía es ayudar a las víctimas

Todos -el presidente Carlos Mazón, el presidente Pedro Sánchez y cada una de las piezas claves en la atención de Emergencias de sus diversos equipos- han quedado retratados. Ministros, consellers, secretarios autonómicos, directores generales... quedan señalados por su incompetencia, incomparecencia o irresponsabilidad. Y el papel de cada uno quedará desvelado, analizado y juzgado a su tiempo. Porque la transparencia y la verdad se deberá imponer para ser justos con las víctimas de tan atroz tragedia. Y porque el día a día de la reconstrucción nos irá recordando que no podemos dejar solos a los nuestros y que debemos pedir, a quienes están o estén, responsabilidad con lo prometido y con el puesto que desempeñan. Y hacerlo, sin caer en circos en los que se juegue con hacer sangre con la tragedia, pero al tiempo sin dejar de controlar que no se abandona a las víctimas, como en tantos otros casos.

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El momento de asumir responsabilidades debe llegar. Pero al tiempo, con media provincia de Valencia con sus heridas supurando, no debemos olvidar que nuestra urgencia sigue siendo ayudar a las víctimas a volver a la normalidad, cada cual en la medida que pueda. Es el momento de analizar, ¿y ahora qué? El momento de seguir caminando. De escuchar a los vecinos y a sus alcaldes y marcar las prioridades. Sí, a los alcaldes. Porque, podemos decirlo con rotundidad, ellos han sido los que han dado la cara por los suyos desde el barro y desde el primer momento. Son los que han transmitido el horror que han vivido y han zarandeado a las administraciones superiores porque la ayuda no les llegaba... Ellos, junto a las víctimas y los voluntarios, han demostrado tener el coraje necesario para afrontar una catástrofe que nos deja un poso infinito de rabia, no poca indignación, mucho dolor e impotencia. Ellos han dado una lección magistral en medio de la tragedia política.

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