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Existe la sensación, y anoche la confirmó el New Zealand, de que la Copa América ha pasado de puntillas para los catalanes. Su impacto, es ... cierto, no puede ser el mismo que el que vivió Valencia. La transformación que la ciudad experimentó de su mano fue de una especial dimensión. Sirvió de estímulo para volver a encararla al mar, con un edificio emblemático como el Veles e Vents, y para resucitar un frente marítimo hasta entonces arrinconado. Sin olvidar que el apoyo de los medios locales -entre ellos Canal 9- hizo que el evento calara entre los valencianos, pese a la pátina elitista de la cita deportiva. La opción de que los ganadores vean con buenos ojos volver a Valencia hace soñar con su regreso. Batallar por él, evitando el desprecio de tiempos botánicos, parece obligado. Eso sí, sin olvidar que, más allá de la Copa América, Valencia tiene mucho que ambicionar. Y que lo que se ambicione siempre debe repercutir de forma directa en la vida de los de a pie. Esos que hacen grande la ciudad. De un sorbo y sin azucarillo.
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