Un amigo berlinés me remite una información de un digital alemán que habla del Nuevo Mestalla. Anuncia que, quince años después, se retomaba su construcción. ... Unas obras que se paralizaron y dejaron un esqueleto de cemento en un enclave pujante de Valencia. Una imagen vergonzosa para el ciudadano, entre otras cosas porque esa mole fantasmagórica es la antítesis de lo que es la urbe vibrante y emprendedora que mira al futuro. La imagen de la decadencia y de las ambiciones rotas. Ayer, la presidenta del club, Layhoon Chan, formalizaba con su visita la reactivación del proyecto. La tristeza es que, tras tanto descrédito, nadie confía en que, de verdad, la ejecución culmine cuando toca. Ojalá sí. Porque, no es una cuestión futbolística. Ni tampoco de sentir los colores. Es que, como ciudadano, lo vivido es bochornoso. Que se ejecute la obra no es un regalo para los valencianos sino una urgencia para recuperar algo de decencia. Esa decencia perdida que hace que, hasta en Berlín, hablen del estadio del sonrojo. De un sorbo y sin azucarillo.
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