Asoma ya el primer mes de la catastrófica Dana. Un angustioso tiempo teñido de drama, impotencia, rabia y dolor. Un tiempo en el que, a ... la convulsión climática -cuyo impacto económico y emocional es aún imposible contabilizar-, le siguió la reyerta y el cenagal político, que alcanzó cuotas de deshumanización insólitas y agrandó más la indignación y desazón de las víctimas. Dos terremotos paralelos, unidos por una misma tragedia, que se va adentrando silenciosamente en una fase en la que comienzan a encenderse las luces rojas del miedo. El temor a que, con los días, el tremendo impacto de la DANA se encamine hacia la senda del olvido. A que los focos mediáticos, políticos y sociales bajen de intensidad. A que las historias con nombre propio, llenas de desgarro, dejen de tener cabida en la actualidad. Y a que se perfile en el horizonte la desmemoria. Ese tiempo, ya tantas veces conocido y denunciado, en el que las ayudas se convierten en un galimatías, el perito nunca llega, el seguro te esquiva, la firma digital te desquicia, la humedad permanece tatuada en tu piel y es imposible olvidar.
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La reina Letizia, en conversación con el admirado periodista Carlos Alsina -director de 'Más de uno' en Onda Cero-, le pidió que no se dejara de poner el foco sobre los afectados de la tragedia. Le pidió que no les olvidemos. Y lo hizo, quizá, porque tras vivir desde el fango aquel tremendo domingo de ira en Paiporta, ella misma ha quedado absolutamente impactada y, como está demostrando, comprometida en no abandonar a cada una de esas personas que se le fueron acercando y le pidieron que no les dejen solos. Que no les olvidemos.
Lo vivido, le estremeció. A ella. A los dos. A los Reyes. Como nos impactó a todos. De hecho, aquel domingo fue un punto de inflexión en lo que estábamos viviendo: una escalofriante riada, tras la que llegó el goteo demoledor de víctimas y la realidad del desgarrador paisaje que nos dejó. Una riada tras la que afloró la indignación, porque los gestores de la catástrofe no hicieron lo suficiente -ni antes, ni después- por paliar sus daños. Ese domingo, en efecto, se encendió la mecha de la bronca política y todo fue fango y esperpento, hasta hoy. Donde siguen a la suya -ahora, con Margarita Robles como protagonista-, mientras ríos de lodo inmortalizan la tragedia.
Sí, casi un mes después y pese a todo, es el momento de comenzar a rearmarnos. De acrecentar el coraje; de tendernos las manos, unos a otros, de proteger a los más vulnerables; de comenzar a creer en que saldremos de ésta; de poner luces largas y asumir que, un desgarro de estas dimensiones, sólo puede cicatrizar con cuidados intensivos. Todos unidos para taponar la herida. Aunque lograrlo pasa por dejar a un lado, de una puñetera vez, la disputa política. Pasa por aclarar, de forma transparente, lo que ocurrió. Y, en el peor de los casos, pasará por esperar a que en el plano político -con comisiones de investigación de por medio- y en el plano judicial, se desvele todo y cada cual asuma su responsabilidad. Pero también pasa, y con urgencia, por ponerse a trabajar. Trabajar unidos. Porque no se va a poder actuar de forma diligente, con la rapidez y la eficacia que se requiere, si no logramos que todas las administraciones se conjuren para enterrar sus diferencias y luchar unidos por la reconstrucción. El teniente general Gan Pampols es, sin duda, un buen punto de partida para intentar avanzar. Sólo hay que pedir que no le cuestionen; sólo, colaboren. Incluso, mejor, no molesten.
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Aunque, al margen de la cuestionada administración, hay que agitar también a esa amplia sociedad civil que puede seguir colaborando de forma ingente en esa recuperación. Muchos ya lo están haciendo -se vió ayer en Mestalla-, pero el empeño no puede cejar. Empresarios, colegios profesionales, universidades, sanitarios, artistas, deportistas... Profesionales y entidades sociales de todos los ámbitos podemos hacer llegar nuestra empatía de la forma más diversa: asesorando, atendiendo, organizando eventos benéficos, informando... Los medios de comunicación, en especial los locales, deberemos continuar contando lo que está pasando (y lo que no); vigilar si se cumple lo prometido; seguir el rastro de las ayudas: si llegan, cómo y cuándo; auditar la gestión política; dar aliento y voz a los más necesitados, y, en definitiva, proteger a las víctimas cuando los focos se apaguen. Gritar, cuando llegue el silencio. Empujar, cuando las fuerzas flaqueen. Denunciar, cuando impere el olvido. Informar, servir y abrazar.
Es domingo, 24 de noviembre. «Ha sido muy cruel no avisar pero es más cruel no ayudar con la energía que hace falta» (S. Posteguillo)
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