

Secciones
Servicios
Destacamos
En las casas hay tregua de hábitos. Y luces en los balcones. Hornos que se encienden, mesas con candelabros, recetas que se desempolvan y quien ... vuelve a escribir postales a mano. Hay memoria desatada de nochebuenas pasadas y el niño que fuiste te reclama. Un sentimiento a flor de piel nos reconforta. O nos amarga. Todo depende.
La ciudad ha sido tomada por las zancadas del calendario. Todo es una mezcla de efervescencias y nostalgias, euforias y soledades, dulces y desazón. Hay sueños impregnados de futuro y ayeres que imponen la melancolía. Hay realidades diversas y paralelas que se entrelazan en una noche para muchos grata; para otros, espejo de su espinosa realidad. Hay quien esperará la llegada de nuevas urgencias en el hospital; quien viajará en una ambulancia porque su coche se salió de la carretera; quien servirá cenas en el restaurante del barrio, que no cierra ni los días de fiesta; quien escuchará las campanas de la misa del Gallo en el cauce del viejo Turia, entre mantas deshilachadas. Y quien disfrute de manera encendida con su familia -por fin, de nuevo, junta-; quien conectará con su ser querido, que está más allá de los mares; quien permanecerá en misión científica en el Ártico; quien recibirá besos por todas partes -de su hija, de sus nietos, de su amante...-, y quien tan solo encontrará el frío abrazo de la soledad.
Los pequeños corretearán alrededor de la mesa, la silla vacía de quien ya no está romperá la armonía y habrá miradas de complicidad mientras ponemos la vieja vajilla de las grandes ocasiones. Estará quien piense que celebrar ha dejado de tener sentido porque la vida le sobra. Y quien ya no sabe, si quiera, si los recuerdos que asoman a su memoria son suyos, porque la enfermedad del olvido le ha secuestrado los días y sus pensamientos.
Para unos u otros, no será una noche más. No son unas fechas sin más. Porque hasta quien se oculte bajo la manta del sofá para intentar evadirse del día que es, en su cabeza palpitará esa realidad. La realidad de que durante las navidades todo se intensifica, para mal o para bien. Todo es más sentido. Todo es fibra sensible que nos va conectando sin saberlo. Porque, hasta en el más recóndito vericueto de nuestras cabezas, aflora el sentimiento de buena voluntad. Esa chispa que, de pronto, nos hace ver la parte más generosa del ser humano. Esa que debemos intentar explorar, y agudizar, y darle alas... porque cuando más perdure el espíritu de generosidad, honestidad y bondad, más tiempo podremos permanecer bajo el auspicio de eso tan redicho estos días que es la Paz. La Paz entre naciones, en un momento en el que los bombardeos y los crímenes siguen desgarrándonos aunque nos empeñemos en obviarlo. La Paz entre políticos y dirigentes, que en una escalada de despropósito hicieron añicos el paradigma de que ellos son los que deben dar ejemplo y decidieron enzarzarse en disputas hiperbólicas llenando de fango el paisaje. La Paz entre vecinos, ciudadanos que intentan comprender al contrario, que se solidarizan, que se hacen cómplices de las necesidades de la gente. Cómplices de personas que son, ni más ni menos, tal cual somos nosotros... Porque la única verdad es que todos sentimos, miramos, acariciamos, a veces entramos en ira, a veces lloramos o reímos... y amamos. Cada cual a su manera; cada cual con su vida; pero todos sobre un alambre tremendamente frágil e inestable.
Dejar pasar la oportunidad de mantener viva la esencia de la Nochebuena, esa ráfaga de luz y esperanza que de ella emana, es un penoso error. Porque, más allá de creencias o de postulados ideológicos, esos buenos sentimientos que a muchos les puede parecer ñoños, sobreactuados o impostados son, en realidad, una oportunidad para frenar la deriva a la que, poco a poco, vamos empujando a nuestro planeta y a nosotros mismos. La deriva, siempre aplastante, de esa realidad con la que convivimos, en la que se cuelan colas de familias y personas ante el Banco de Alimentos, Cáritas o Casa Caridad en busca de solidaridad; en la que hay miles de mayores que se siguen encontrando la casa vacía porque, de pronto, marcharon las almas que llenaban sus estancias; en la que las noticias siguen anunciando muertes en Gaza y ancianas que sollozan en silencio cuando cae la noche ucraniana. Realidades como la del pequeño que espera, sobre la cama de un hospital, que alguien le arranque una sonrisa por Navidad. Que alguien le haga creer que hay futuro.
Sí... en las casas hay tregua de hábitos. Y luces en los balcones. Hornos que se encienden, mesas con candelabros, recetas que se desempolvan, quien vuelve a escribir postales a mano. Hay memoria desatada de navidades pasadas y la niña que fuiste que te reclama.
Es domingo, 24 de diciembre. Nochebuena, Navidad. Año Nuevo... Son días que, como un poema de Juan Gelman, no sabes si te congojan o te alivian. «Se alejan pensamientos que / no quieren ser vistos. El sueño / cierra la puerta para que empiece otro».
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Santander, capital de tejedoras
El Diario Montañés
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.