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La presidenta del TSJCV, Pilar de la Oliva, inició ayer, con la apertura del año judicial, el tiempo de descuento para dejar un puesto en ... el que habrá permanecido casi tres lustros, hasta que el 2 de enero de 2025 sea efectiva su jubilación. Se va como cuando llegó: sin hacer ruido. De hecho, su presidencia se ha destacado por marcar un perfil bajo y parco. Sobrio. Como queriendo pasar de puntillas. Algo que, aunque algunos en la magistratura le cuestionen por ser excesivamente discreto, hay que agradecerle en un tiempo en el que los tribunales han tenido un protagonismo hiperbólico. Ayer, nombró a las últimas víctimas de la violencia machista, se acordó del colapso que existe para agilizar las custodias de los menores y alertó de las necesidades judiciales que llegan de la mano de una población cada vez más envejecida y dependiente. Demostró que, en la sombra, también se palpa la realidad de la calle. Más allá de la vorágine que ha traído la politización de la Justicia y la putrefacta corrupción. De un sorbo y sin azucarillo.
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