Rita Barberá, si aún viviera, sonreiría probablemente con la situación que atraviesa estos días la titular de Justicia e Interior, Salomé Pradas. «Donde las dan las toman», pensaría quizá. La gestión de la DANA lleva camino de cobrarse la cabeza política de la consellera que, ... primero, no supo actuar a tiempo pese a los avisos de alerta por al aumento de caudales que recibía. Y que, después, demostró al mundo el desconocimiento de uno de los protocolos de emergencias, el que permite activar un aviso telefónico en caso extremo. Porque pase que usted o yo no sepamos que es el Es-Alert. Pero que no lo sepa la responsable de la conselleria... A nadie le cabe ninguna duda que de haber asumido las competencias sobre emergencias algún otro miembro del Consell las cosas se habrían sucedido de forma muy distinta. No fue así, y a Pradas le hemos escuchado decir hace pocos días que la delegada del Gobierno no le habría ofrecido la UME, y acto seguido, ver un vídeo en el que reconoce que sí. El término socarrat -lo escribe uno con algún conocimiento de causa- hace referencia a ese pieza de barro pintado que sirve de decoración en las viviendas de algunas localidades, y que tiene en Manises uno de sus ejemplos más evidentes. También se utiliza, ya lo saben, para definir esa capa de arroz más cercana a la paella, de tonos oscuros, crujiente, y que cada vez cuenta con más adeptos. Ni que decir tiene que socarrat viene a ser el 'achicharrado' o chamuscado' castellano. Un cargo público llega a estar achicharrado cuando su nombre suena demasiado, y en la mayor parte de ocasiones vinculado a malas noticias. A un cargo político achicharrado se le aparta cuando existe el riesgo de que quien lo puso acabe corriendo la misma suerte. Y no hace falta explicarlo mucho más.
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Circula la teoría, no obstante, de que relevar a un cargo con excesiva celeridad puede generar un problema, porque de alguna manera esa decisión deja sin protección al directo superior. Pradas tenía (y tiene) por debajo al secretario autonómico de emergencias, Emilio Argüeso, y al director general de esa misma área, Alberto Javier Martín. Ninguno de los tres ha protagonizado una gestión desde el pasado 29 de octubre que merezca ni medio reconocimiento. Demasiadas víctimas mortales, demasiados desaparecidos, demasiada negligencia, demasiada desatención... y aún no ha comparecido nadie, ni de la administración valenciana ni tampoco de la central, que admita ni medio error. El Sánchez más tacticista, el que se negó a asumir el mando declarando la emergencia nacional el miércoles por la mañana cuando la tragedia era a todas luces insostenible. El que ha preferido que «si necesitan ayuda, que la pidan», el de una actitud impropia de un presidente del Gobierno, que pensó en su interés electoral que en la angustia de miles de ciudadanos. El mismo tacticismo que hizo que la UME no desplegara a todos sus excelentes profesionales desde el minuto 1. Como el que ha demostrado la vicepresidenta Teresa Ribera, que aún no ha explicado cómo es posible que la CHJ avisara del riesgo inminente de rotura de la presa de Forata, y no en cambio del enorme caudal que bajaba por el Poyo.
Los socarrats no son sólo los obvios, los que se ven pintados en las paredes de muchas localidades, los que se saborean con la paella o los que caen en una remodelación de Consell aún sin fecha. Socarrats son también aquellos que aunque sigan gestionando, pierden toda su credibilidad de cara a la mayoría de los ciudadanos. Socarrat, chamuscado o achicharrado.
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