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Al final de 'Hasta el último aliento' -su excelente crónica de la vida, muerte y leyenda de Salvador Puig Antich- admite con admirable honestidad Manuel Calderón que, frente a la visión de la vida como un conflicto entre ricos y pobres, que tanto le tienta ... al reconstruir la peripecia de aquellos jóvenes acomodados de Barcelona que se metieron a guerrilleros anarquistas, quizá la cuestión sea más simple: «Hacer el bien o no hacerlo. Hacer lo justo. O, en todo caso, no hacer el mal cuando se puede evitar». La reflexión le surge a Calderón al comprobar que el hermano de Antonio Anguas -el subinspector de Policía de veinticuatro años, proveniente de un humilde barrio sevillano, que murió en el curso de la detención de Puig Antich- rehúsa darle mayor importancia a la extracción social de aquellos jóvenes.

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Lo que a él le importa, dice, es que en el juicio Puig Antich no lamentó la muerte de su hermano, mientras que la madre del policía -que, destrozada por la pena, se acabó tirando por el balcón años después-, sí pidió públicamente que al acusado de matar a su hijo se le perdonara la vida. Sin éxito: la clemencia no llegó y Puig Antich fue ejecutado mediante garrote vil.

Una nobleza similar se advierte en la actitud de Josep Lluís Pons Llobet, uno de los compañeros de Puig Antich en el MIL, o Movimiento Ibérico de Liberación, el grupúsculo armado al que pertenecía. Al conocer el suicidio de la madre de Anguas, «pidió indignado respeto» -refiere Calderón- «para ese hijo que murió y para aquella mujer que no pudo soportar la pérdida». El padre de Pons, falangista y excombatiente de la División Azul, le costeó el nicho a Puig Antich, a fin de evitar que acabara en una fosa común. Atribuye este gesto el cronista a un código de honor y de respeto por el enemigo que explica el carácter del hijo, aunque sus ideas estuvieran en las antípodas de las de su progenitor.

Sin alcanzar a ser un héroe, Salvador Puig Antich fue mártir. Ni más ni menos

Es valiente el retrato, exhaustivamente documentado, que Calderón hace del MIL: una organización consagrada, ante todo, a atracar bancos, y que no consta que dedicara un céntimo a otra cosa que pagar coches, ropa, armas y pisos francos para sus integrantes. Alguno de ellos añora aquellos años, en los que «vivía al día sin tener que trabajar». La aventura le costó la vida a Anguas y la vista al contable de una sucursal al que dispararon en el rostro. Sin alcanzar a ser un héroe, Puig Antich fue mártir. Ni más ni menos, viene a decirnos este libro, que ese policía que durante décadas fue tan invisible como el dolor de los suyos.

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