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En la calle de Calabazas, cuyo nombre ya aparece en providencia del Almotacén en 23 de octubre de 1656, se realizaban unas cajas para tabaco y rapé, torneadas a mano en forma de calabacillas cerradas con una tapadera agujereada; de ahí su rotulación. Pero también ... existió un establecimiento donde se fabricaban y vendían caballitos de todo tipo y muñecas de cartón; muñecas peponas, muy graciosas y económicas, con rosetones pintados en las mejillas y vestidas con percal floreado, lo que motivó que en determinada época se denominara 'carrer de les nines'. Zona de modestas tiendas que solían subtitularse con advocaciones religiosas: La Purísima, La Virgen del Pilar y San Vicente, La Virgen de los Desamparados, etc.
Fue hacia 1930 cuando la calle empieza a ser conocida por la de 'las corseterías' y destaca el nombre de la patrona de Valencia, inaugurada en 1923 bajo la dirección de los hermanos Ricardo y Benjamín Alberola. Desde el principio dispusieron de un taller de corsetería a medida, y en 1991 (año de nuestra entrevista) seguía manteniéndose la saga familiar encabezada por las hermanas Amparo y Merche Alberola, manteniendo el trabajo a medida y cuentan con los modelos de lencería más actuales en las calles Calabazas y Hernán Cortés.
i Este artículo es resumen, realizado por la autora, del capítulo correspondiente de su libro
Tiendas Valencianas , publicado por la Generalitat Valenciana en 1991.
Durante la guerra, la imagen de la Virgen del Pilar permaneció en su hornacina cubierta con un cartel del Socorro Internacional; y en los años cuarenta la autoridad eclesiástica no autorizó la reproducción de la estampa de Casa Ballester porque la imagen la consideraban atípica al carecer del manto que oculta el pilar y junto a ella aparecía el apóstol Santiago.
Por aquel tiempo, los encargados de vigilar 'la moral', las normas estrictas sobre conducta pública, se incautaron de todos los folletos donde se veían las axilas de las modelos que anunciaban sujetadores y fajas.
Abundando en las anécdotas, como los colegiales se extasiaban ante el maniquí del escaparate y se agachaban para descubrir el sexo, el padre de uno se presentó para denunciarles, ya que atentaban a la pureza.
En fin, como el pecado del sexto mandamiento obsesionaba y cualquier referencia a los pechos, la cadera o el vientre era deshonesta, los escaparates con prendas íntimas resultaban un puzzle y todas terminaban dobladas como una servilleta.
La clientela ha marchado paralela a las generaciones de los corseteros. No es de extrañar que a la señora con ballenas en la faja le sucediera la hija que llevaba 'tubular' en los sesenta, y ahora, la de ésta pida un sostén de raso para lucirlo debajo de una blusa transparente.
Madona, provocativa y sensual, revolucionó la corsetería imponiendo la cintura breve y el pecho desafiante.
Ni que decir tiene lo impensable que resulta conocer la colección de prendas íntimas que la mujer llevó y que se han conservado como piezas de un museo en Casa Alberola. Colección hermosa y atrevida, de las que se diseñaron especialmente para la boda.
Es cierto que tuvimos una época en que la mujer, deseando libertad se quitó el sujetador y aceptó minúsculas bragas, pero la cruda realidad del espejo, los años y Madona, han ganado, sin perder la libertad.
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