Tuve la suerte de entrevistarle en diversas ocasiones, y siempre junto a su esposa, Victoria Kamhi. Me recibió en su casa y en el chalet Els Pins, de Cullera. Fueron encuentros largos y de amplio y sincero diálogo, que dieron continuidad a cartas, conservadas como ... un tesoro. Cuando los conocí vivían en la calle Villalar de Madrid; en un piso pequeño lleno de muebles, de cuadros, de objetos comprados en viajes. La terraza se asomaba a un horizonte de porches y buhardillas; a un Madrid antiguo de portales estrechos y escaleras de madera. Años después, en 1974 se habían trasladado a la calle General Yagüe. Comparando las viviendas, el maestro sonreía: «Esta es más alegre porque siempre hay sol».

Publicidad

Se expresó como si sus ojos no estuvieran castigados al eterno pliegue de párpados. Hablaba con naturalidad y a veces con humor, de la ceguera. «Por mi causa nos trasladamos de Sagunto a Valencia, para que estudiara en el Colegio de Ciegos. Vivíamos en la calle de Sorní, número 10; y los niños bajábamos a jugar a la acera».

  • i Este artículo es resumen, realizado por la autora, de

  • Vida y Obra , entrevistas publicadas en LAS PROVINCIAS, 1974-1975.

Buen conversador, recordaba aquellas tardes de niñez en el Parterre, que tenía muchas fuentes, jazmineros y farolas de gas. Evocaciones que se traducirían años más tarde en 'La enamorada junto al pequeño surtidor' y 'Piezas infantiles'. Siempre dijo que quería dedicarse a la Historia, hasta que escuchó Rigoletto y la música de Verdi le decidió a ser compositor.

Corría el otoño de 1974 y Joaquín Rodrigo y Victoria Kamhi estaban en vísperas del viaje a Acapulco, donde se les iba a rendir un homenaje, después de que ellos actuaran en un concierto a cuatro manos. El año anterior ya lo habían dado en Japón. Estuvieron en Tokio, Osaka y Nagoya.

Publicidad

En aquel tiempo, Joaquín Rodrigo ya afirmaba que 'El Concierto de Aranjuez' se había convertido en el gran árbol musical que impedía ver el bosque de sus obras; lo había estrenado en noviembre de 1940, tocándolo Sainz de la Maza, aunque su primera obra para guitarra fue 'Zarabanda Lejana', (1926) que grabó Andrés Segovia, y, por encargo suyo, escribiría después 'Fantasía para un gentilhombre', que se estrenó en San Francisco (California) en 1958; concierto al que se desplazó expresamente William Saroyan para felicitar al maestro Rodrigo.

Añadamos que Victoria Kamhi, también pianista y compositora, se convirtió no sólo en los ojos del hombre, sino en la más perfecta colaboradora del compositor, ya que corregía pruebas, transcribía y contestaba la correspondencia. «Compartimos proyectos y afrontamos con serenidad -sonrió con ternura- la llegada de la vejez. Tenemos dos nietas, pero son pequeñas».

Publicidad

Joaquín Rodrigo confesó ser buen abuelo y alegrarse cuando se sentaban sobre sus piernas y les pedía que le contaran cosas de su ciudad, de las amiguitas. «Tienen una imaginación enorme», confesó.

El maestro había compuesto expresamente para las nietas 'Canciones para cantar a los niños' y 'Danza de la amapola'.

«La pena es que viven en Bruselas, pero todos los veranos vienen a Cullera, les encanta este mar tan tranquilo. Esos días no trabajo mucho, pero disfruto con el rumor por la noche, el ir y venir de las olas a la orilla».

Publicidad

LA MIRADA DE ARAZO

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Empieza febrero de la mejor forma y suscríbete por menos de 5€

Publicidad