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Tanto a Paco Jarque como a mí nos atraían los museos de etnología, sin duda porque nos devolvían retazos de recuerdos que podíamos compartir. Hoy, al organizar libros y «papelotes» he encontrado una fotografía de Callosa d'en Sarrià, uno de los centros que más ... huella nos dejaron. La cartulina capta la imagen de dos pupitres que en los años 40 marcaban las clases sociales; el pupitre con tintero de loza y asiento individual era el utilizado en colegio de pago y el de hojalata y asiento doble era para los gratuitos, aunque todos tenían que escribir con palillero de madera, donde se encajaba la pluma, cantar a media mañana la tabla de multiplicar y responder a las preguntas del Catecismo. Y en aquel tiempo con libros de tapas duras: Urbanidad, Historia y Ortografía; libros con cubiertas de cartón que servían para los hermanos menores.
Fue todo un éxito el auge que alcanzó Callosa d'en Sarrià cuando sufrió la transformación de sus tierras de labranza. Se roturaron hasta los cerros para cultivar nísperos y, a la abundancia de tal oferta de frutos, se unió la llamada turística con les Fonts d'Algar, el río de las cascadas y balsas en un entorno de gran belleza.
Con la evolución social han desaparecido trabajos en los que destacaban los hombres de Callosa d'en Sarrià. Adoquineros, marmolistas y mamposteros; reconocidos operarios de la arquitectura de la piedra seca, ahora buscados para la ornamentación de chalets en las urbanizaciones.
El Museo nos descubrió la ambientación del hogar con los muebles y utensilios: desde el dormitorio, que tanto sabrá de amores, nacimientos y tristezas, a la cocina con calor de chimenea, en la que chisporroteaban leños y se contaban historias, o la sala donde preside la querida máquina Singer, imprescindible en la década de 1950, cuando a los vestidos «se les daba la vuelta» y, caso de luto, se teñían con pastillas de Iberia. Museo de etnología vivida.
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