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Cuando un voluntario llama a la puerta -si la hay- de un afectado por la dana, no pregunta a quién vota. Cuando un vecino pide ... ayuda o acude a recoger un plato de comida caliente de manos de una voluntaria no se cuestiona quién se lo da. Tampoco importa si es un policía, guardia civil o miembro de la UME ni quién los manda, si una autoridad local o estatal. Nadie pregunta si es del Madrid o del Barça, del Valencia o del Levante, si es español o extranjero, de la 'terreta' o de la meseta. Y quien acude a echar una mano no repara en si el dueño de la casa tiene un cuadro de la Virgen lleno de fango en su comedor o una lámina del Che Guevara. Nadie hace distingos entre unos y otros ni decide ayudar o no hacerlo en función de su color político.
Los voluntarios y las personas de ONG, entidades oficiales o servicios de atención social son seres humanos generosos y entregados. Quienes necesitan de su ayuda son personas golpeadas por la catástrofe y nadie repara en si votan rojo, azul o fucsia. La catástrofe nos iguala cuando llega y solo nos diferencia en que la zona haya sido protegida o no previamente, como ocurrió con el centro de Valencia frente a sus Poblats del Sud.
Si en la tragedia las personas necesitan y reciben ayuda al margen de sus posicionamientos políticos (¡estaría bueno!), ¿a quiénes representa exactamente el Parlamento en eterna bronca? Hay que ser ruin para negarle ayuda a un vecino por sus ideas, o decir que no a un voluntario por su acento. Lo diríamos si sucediera. Sin embargo, aceptamos las actitudes de nuestros políticos, a años luz de las vivencias del barro. Entre el fango, el de verdad, la experiencia es de pura humanidad, entendida como el sentimiento de pertenencia a una comunidad de seres humanos. Ésa es la actitud que mostraron Juan Antonio Sagredo y Gerardo Camps en el Senado. Dos vecinos unidos por el dolor y la conciencia de ser un mismo pueblo y una misma humanidad. El resto es mezquindad. Lo asombroso es que un Congreso que custodia como un símbolo 'El abrazo' de Genovés, sea incapaz de materializarlo en el día a día. En su lugar, representan 'el zarpazo' entre unas fuerzas políticas y otras en mitad de una tragedia. Mientras los ciudadanos diluyen diferencias ante el dolor, los políticos las ahondan olvidando a quien los necesita. En lugar de limpiar el barro, se lo tiran a la cara. Llegará un dia en que habrá un abrazo como el de la Transición, pero no sé si lo verá mi generación. Y, además, el retraso en tomar conciencia de ello producirá -ya lo ha hecho- un dolor evitable.
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