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Con los políticos nunca se sabe, pero quiero pensar que las lágrimas de la alcaldesa de Paiporta del otro día eran sinceras. Y no por ella, sino por el dolor de tantos vecinos que se lo transmitieron, a veces a gritos, en el pleno extraordinario ... que celebró la corporación. La vimos sufrir, conmocionarse y mostrarse derrumbada por las críticas y los reproches que unos ciudadanos indignados, agotados y desesperanzados, vertieron sobre ella y el equipo municipal. «¿No tenéis ningún plan?», le espetaban. Y lo peor es que probablemente no lo tenían. Es tan grande la dimensión de lo sucedido que no es fácil dejar solo sobre las espaldas de un alcalde el peso de la recuperación, pero también es cierto que son ellos, los alcaldes, quienes deben liderar a la comunidad que forma su localidad para salir adelante. Quizás estemos pidiendo demasiado, confiando en un Churchill para cada pueblo afectado, porque estos alcaldes o alcaldesas no fueron elegidos pensando en un perfil de guerra.
Los alcaldes representan el tercer nivel de la administración pública. Hasta ahora hemos puesto el foco en las autoridades del Estado y de la Comunidad Autónoma, con resultados más bien descorazonadores, pero el tercer escalón lo ocupan las corporaciones municipales. Y a ellas deben atender también las diputaciones y los gobiernos central y autonómico. Esas son las que están más cerca del ciudadano y conocen mejor que nadie sus necesidades y sus peculiaridades. En su actuación del día 29 se vieron algunas diferencias cualitativas de pueblo a pueblo: avisar, suspender clases o cortar accesos fueron algunas de las decisiones que salvaron a muchos antes de que las aguas se desbordaran sin posibilidad de controlarlas. Son ellos quienes conocen el comportamiento de sus ramblas y barrancos; de sus zonas inundables en episodios repetidos y del perfil de sus vecinos y las necesidades no cubiertas aún, ante una situación especialmente preocupante. Bien lo evidencia la llamada de la alcaldesa de Paiporta a la delegada del Gobierno en la tarde del 29 de octubre advirtiendo de que iba a morir «mucha gente» porque el pueblo ya se estaba inundando. Del mismo modo, ahora debe saber qué necesitan sus vecinos y llamar hasta quemar el teléfono, si es preciso, para exigir que ayude quien tenga que hacerlo. El primer encontronazo ya está pasado. Hubo quien recibió barro y hay quien ha recibido improperios, pero toca sobreponerse y esforzarse por ayudar a salir a todos, sabiendo que su sillón está perdido, pero no la dignidad de un último servicio a su pueblo.
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