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La conversación empezó con un «tu coche es muy viejo, ¿no?». Es cierto. Tiene ya 13 años pero como me lleva y me trae sin problemas, y pasa religiosamente la ITV cada año, no tengo prisas en cambiarlo. A mí todo me dura mucho, los ... coches, los trabajos y hasta las compañías de móvil, que ya es. Supongo que estoy educada en una familia de posguerra donde todo se estiraba hasta el infinito. Aún recuerdo cómo llegaba mi madre cada sábado del mercado y me explicaba todo lo que había comprado con 5.000 pesetas. Y siempre acababa su enumeración con un «y mira lo que me ha sobrado». En ese contexto, todo se exprimía al máximo, la ropa de una temporada a otra y a otra; la comida, de aprovechamiento en aprovechamiento y los electrodomésticos o cualquier máquina, de reparación en reparación. Con esa escuela, yo he salido poco dada al cambio frívolo. Y menos aún por seguir modas o por capricho. Así, me veo ahora con un SEAT Ibiza entrado en años sin ningún interés especial por sustituirlo, salvo por buscar algo más sostenible.
El caso es que unos amigos, más apasionados que yo por el mundo del motor, me hicieron la pregunta: «¿por qué no aprovechas ahora para cambiar el coche?». Al principio no lo entendí. ¿Ahora? ¿Por qué? ¿Por el Black Friday? «Por el boom de coches de segunda mano», dijeron. Y, cuando vieron mi gesto de extrañeza, lo aclararon todo: «Por la dana». «Si lo pones en venta, se lo van a rifar; lo vas a vender a muy buen precio», terminaron. Me quedé callada. Decir «dana» y «coche» solo me llevaba a una imagen: la de miles de coches amontonados, echados a perder y envueltos en barro, incluso con sus conductores dentro. Ni se me había pasado por la cabeza hacer negocio con algo así. Solo dije «ya, claro» con el piloto automático puesto. Oía de fondo sus explicaciones sobre el funcionamiento de la oferta y la demanda; «venderlo a un precio mucho mayor», me pareció escuchar mientras me hacía a mí misma la pregunta clave: «¿venderlo?». No salía de mi asombro viniendo de amigos que suelen achacar el problema de la vivienda en España a los especuladores; se quejan de los precios de los pisos y piden control gubernamental. Aunque sea a un nivel menor y doméstico, aprovechar la tragedia para vender mejor un coche viejo es de primero de especulador. Supongo que perderé una gran oportunidad, pero no vendo. Ni así ni ahora. Haré como siempre y esperaré a que el taller, también de toda la vida, me sugiera comprar otro antes que arreglarlo. Por mantener, creo que hasta mantendré a estos buitrillos entre mis amigos.
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