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Después de pasar tantos días con la matraca de «felices fiestas», «feliz solsticio» y «felices vacaciones de invierno» con tal de no decir «feliz Navidad», ... llega por fin el cambio de año y ya no hay duda posible. Ahora, todo lo más, podemos retomar la polémica apelando al margen de tiempo en el que debemos felicitar el año a los demás, si lo pertinente es hasta la vuelta de vacaciones o hasta finales del mes de enero. Pero esa duda solo apela a cuánta urbanidad tenemos o a cuánto entusiasmo manifestamos respecto al Año Nuevo, no a cuestiones ideológicas o de creencias.
En principio. Porque esa felicitación aparentemente inocua y laicísima no está exenta de problemas multiculturales. El calendario gregoriano que seguimos toma como referencia el nacimiento de Cristo y su impulsor, de hecho, fue el papa Gregorio XIII, no como el anterior, el calendario juliano, que era de Julio César. De hecho, quienes reivindican que la presencia cristiana sea extirpada por completo de las referencias culturales no dicen «antes o después de Cristo» sino «de la era común». Es un buen intento, aunque habría que preguntarles por qué la era común es ésa y volveríamos al punto de partida, mientras alguno apelaría a la imposición teocéntrica de la medida del tiempo.
Si decimos que vivimos en el 2025 es porque empezamos a contar desde el nacimiento de Jesús, no porque tengamos una referencia pagana. Es precisamente lo que nos diferencia, por ejemplo, de los judíos, que celebraron el año nuevo en octubre y su calendario marca el 5785 o de los musulmanes que lo celebraron en julio y están en 1446. Los primeros recuerdan la creación del mundo por Yahvé y los segundos, la Hégira del Profeta. También los chinos celebran su Año Nuevo dentro de unos días y lo conocemos porque sus festivales coloridos y callejeros pueblan nuestras ciudades curiosamente con más proximidad que las otras a pesar de su tradición y presencia de siglos.
La razón hay que encontrarla, quizás, en la apariencia universal y laica del «año de la Serpiente» frente a las celebraciones con componentes religiosos. Es otra de las incoherencias contemporáneas, rechazamos las creencias pero admitimos aquellas que hablan de los astros y del influjo de fuerzas ocultas sin determinar. En cualquier caso, parece más cálido felicitar lo que celebra nuestro interlocutor. Entre otras cosas porque, para hacerlo, hay que interesarse por él, apreciar lo que vive y aceptar la diferencia. No es poca cosa. En nuestro mundo, conocer y valorar al otro es ya un paso esencial para la convivencia.
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