Hasta para ser asesino hay que ser guapo. Eso dice la fascinación que despiertan criminales como Luigi Mangione, el acusado de matar al CEO de la aseguradora norteamericana UnitedHealthcare. No es el primero. También Miguel Carcaño, condenado por el asesinato de Marta del Castillo, o ... Daniel Sancho, encarcelado en Tailandia por el de Edwin Arrieta, reciben continuamente cartas de admiradoras que afirman estar enamoradas de ellos, aun sin conocerlos. No sé si le ocurrirá lo mismo a José Bretón, que mató a sus hijos en Córdoba, o a Alfredo Galán, el conocido como «asesino de la baraja». Si nos atenemos a lo que dicen los expertos, el trastorno de «hibristofilia», es decir, la atracción por personas que han cometido actos extremadamente violentos, no se relaciona solo con la belleza física aunque, a la vista de los ejemplos, parece que la incrementa.
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Con Mangione, sin embargo, lo preocupante no es que algunas personas lo idealicen por un físico atractivo sino por la «bondad» de sus acciones. Ese apoyo no solo se materializa en comentarios favorables y exculpatorios en las redes sociales - las redes, hoy en día, son capaces de contener cualquier cosa- sino en la recaudación anónima de fondos para pagar el trabajo de sus abogados. Unos mil donantes han decidido aportar dinero en cuentas de crowdfunding que hasta la fecha han recaudado más de 30.000 dólares. Junto a eso, su figura se está convirtiendo en un icono de la lucha contra «el mal» representado por las aseguradoras médicas en Estados Unidos. Y ahí es donde radica el verdadero problema.
Puedo entender la fascinación que despierta la imagen de un chico guapo, joven y sobradamente preparado, que resulta ajeno y desconocido para quien ve la foto. Pero la justificación de un asesinato, sea cual sea el contexto, nos retrotrae a tiempos de barbarie donde cada cual decidía quién debía morir o vivir. Se pretende justificar apelando al comportamiento de las aseguradoras médicas que sin duda produce miles de injusticias cada año. Bien lo sabemos aquí donde nos escandaliza un modelo como el estadounidense, acostumbrados a una sanidad pública, con sus déficits y problemas, pero universal y de calidad. Sin embargo, una sociedad civilizada no puede dar por válido el «ajusticiamiento» colectivo de los responsables de problemas sociales. Ni avalar al asesino ni construir un discurso de criminalización hacia las víctimas. Un discurso de odio inadmisible que también se está generando en nuestro país hacia responsables políticos, empresariales o de la prensa y la cultura.
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