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Decía el otro día José Ángel Núñez, jefe de Climatología de la Aemet en la Comunitat, que habían dado el aviso desde primera hora de ... la mañana pero «el mensaje no caló». Lo mismo le escuchamos a la meteoróloga de À Punt, Victòria Rosselló, quien, conmocionada, admitía que no habían conseguido que el mensaje llegase. Es cierto. Al parecer no nos asustaron lo suficiente. Pero, aún habiéndolo logrado, no le toca a la televisión pública ni a la agencia de meteorología otra cosa que informar y aconsejar.
Quizás no caló porque no es fácil llamar a tu jefe y decirle que no vas a trabajar porque has oído el pronóstico del tiempo y te ha entrado miedo. Y más cuando apenas llueve en tu ciudad. Lo comprobaron muchos trabajadores la semana pasada cuando vieron cómo se cuestionaba su precaución alegando que en el lugar de trabajo no llovía. Algunos parecen desconocer que, en nuestra tierra, las riadas no vienen solo del agua que cae en la desembocadura de los ríos sino de toda la que se va acumulando desde su cabecera.
Pero eso sí lo saben las autoridades que pueden imponer restricciones cuando la situación es extrema. Lo vimos en Estados Unidos, con un mensaje claro ante la llegada del huracán Milton: evacuar es cuestión de vida o muerte. Nuestros huracanes son las danas. Cualquier valenciano sabe que nuestra peor amenaza viene del cielo y de la tierra cuando es incapaz de absorber tanta agua en tan poco tiempo. Lo sabemos desde pequeños, como los niños japoneses saben que su patria está en el llamado Cinturón de Fuego del Pacífico y eso le hace muy vulnerable a los terremotos. Por eso el fallo del mensaje no fue solo hacia la población. El primer fallo, si es que fue tal, estuvo en las autoridades. Quiero pensar que no entendieron la dimensión del desastre cuando desde la mañana sabíamos que el río Magro iba desbocado. El segundo fallo, en efecto, estuvo en la información a la población. Y no solo la información concreta del momento sino la educación en prevención. Quizás sea una de las necesidades más urgentes. Los niños japoneses aprenden, desde la guardería, a actuar ante un movimiento sísmico y hasta tienen un Día de Prevención de Desastres y una semana de entrenamiento. Es hora de que los valencianos miremos a las riadas como los japoneses a los terremotos y tsunamis, sabiendo que se les combate en la prevención y dejando de confiar solo en la sabiduría popular o en la memoria familiar sobre las tragedias vividas. Más vale dedicar recursos a educar en prevención que tener que ampliar cada vez más los de emergencia.
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