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El grito más escuchado en las primeras horas tras la catástrofe de l'Horta Sud fue «¿dónde está el ejército?». Vecinos de las zonas afectadas, ... con barro hasta en las pestañas, sin capacidad de entrar o salir de sus propias casas, sin luz ni agua ni esperanza, solo reclamaban «¿dónde está el ejército?». Lo hacían porque sabían que en una situación extrema quienes mejor responden son los militares ya sea la UME, los legionarios o cualquier profesional cuya razón de ser es el servicio a España sin remilgos ni miramientos. Ellos están adiestrados para el extremo más exacerbado de la vida social que es la guerra y lo que se vive estos días en Paiporta, Alfafar, Sedaví y tantos otros pueblos arrasados por el agua, es una guerra contra el tiempo, el caos y el olvido.

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En Valencia sabemos lo que ha cambiado la percepción del Ejército en cuarenta años. La sensación de ver una fila de tanquetas dirigiéndose a Paiporta estaba en las antípodas de lo vivido al verlas desfilar por la Alameda aquella lejana noche del 23-F. Las primeras alentaban la esperanza; las segundas, el miedo. Cuando estos días los ciudadanos reclamaban al ejército lo hacían como garante del orden, de la protección y de la recuperación porque ya no se teme a las Fuerzas Armadas estando, como están, sometidas a la autoridad civil.

Eso, quizás, es lo que puede resultar inquietante en el nombramiento de un militar para una vicepresidencia del gobierno valenciano. Es cierto que se trata de una vicepresidencia particular pues su cometido es la recuperación de Valencia, y para ello Mazón ha escogido a quien conoce lo que es levantar territorios devastados como Bosnia, Kosovo o Afganistán. Pero la vicepresidencia no deja de ser un cargo político, aunque su perfil no lo sea ni su vocación y concepción de su misión en este caso, a tenor de sus primeras declaraciones, lo sugieran siquiera. Se le ha escogido como experto, técnico y gestor, pero el papel de un vicepresidente es político. Antes o después lo será. Y, aunque, con su nombramiento, Mazón busque reconstruir Valencia y, de paso, reconstruirse como presidente, está poniendo de manifiesto que los técnicos están mejor preparados que los políticos. No debería sorprendernos. En efecto, lo están. Y, entonces ¿para qué sirven los políticos? Para decidir en función de la forma de ver el mundo que prefiere la mayoría. El nombramiento de Gan Pampols da la vuelta a ese esquema habitual. Inquietante para la clase política pero tranquilizador para los ciudadanos.

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