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Mi favorita es «fango». Entre las palabras que la Real Academia ha presentadocomo candidatas a Palabra del Año hay muchas que representan el 2024 que se nos acaba: «inquiokupa», «turistificación», «dana» o «mena». Desde luego, para nosotros es «dana», pero por mucho que nos hayamos ... dedicado a teclearla y pronunciarla miles de veces en las últimas semanas, no me gusta como palabra. En realidad, es un acrónimo que significa «Depresión Aislada en Niveles Altos». Mucho de eso hay y no me refiero a las nubes. Pero, aunque termine por convertirse en otra cosa, en esa palabra que se pronuncia juntando sus iniciales, dana, creo que siempre tendré en mente su origen «bastardo».
Algún día la veremos como hoy vemos al «talgo» o, desde hace un par de años, al «VAR», con uve. Al final, terminaremos por incorporarlas de puro uso, pero en el caso de la dana creo que le he cogido manía. No me extraña. Hasta el 29 de octubre, era un término meteorológico más. Nos hablaba de una amenaza seria como en su día fue la «gota fría» pero no le habíamos puesto cara. Ahora ya lo hemos hecho. Y no queremos volver a verla nunca más.
Las otras palabras no me parece que resuman el 2024 porque, desgraciadamente, para muchos valencianos el año se paró el 29 de octubre. Pero, en ese contexto, entre dana y fango, prefiero «fango». Por su polisemia. Porque refleja mucho más que un episodio o una tragedia. Porque tiene varias maneras de emplearlo e incluso contempla una positiva. Lo mismo la utilizamos en sentido real, para referirnos al barro que estos días ha llenado casas, tiendas y caminos, que la usamos en sentido metafórico, para hablar del chapapote que ha impregnado la vida política española y contra el que se supone que luchan unos y otros.
Pero, por encima de todo, es un resumen de un año lleno de fango por todas partes que nos ha enseñado a no bromear con las cosas de comer. Tanta «máquina del fango» a la que apelaba Sánchez para su guerra con el PP, y la vida ha dado un manotazo para mostrar la verdadera producción masiva de fango. Y en medio de ese lodazal, las botas, los monos, los epi y los rastrillos impregnados de barro son testimonio de la grandeza humana, de tanta solidaridad hacia un prójimo desconocido pero necesitado. El fango es símbolo del dolor, pero también de la esperanza. Solo espero que Sánchez deje de usarla para referirse con ella a una guerra que, ahora más que nunca, se ha revelado inútily estúpida. El fango, sea cual sea, requiere unidad y humanidad para combatirlo. Todo lo demás debería irse por el sumidero.
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