Los ministros aseguraron una y otra vez que el decreto «ómnibus» no se podía trocear, pero al final el gobierno lo troceó por exigencias de ... Puigdemont. Fue en su incesante búsqueda hasta debajo de las piedras. Las del riñón que nos cuesta. El PP defendió que no iba a votar a favor del decreto de Pedro Sánchez ni a seguirle el juego, pero ahora dice que lo hará precisamente para romperle la estrategia. Y, por último, los sindicatos acusan a los partidos de tacticismo, mientras mantienen una manifestación contra una decisión -no aprobar el decreto- que no va a tener lugar. Que la realidad no te estropee una buena protesta. Sobre todo, si el objetivo, como parece, lo marca Zapatero. «Nos conviene que haya tensión», dijo hace casi veinte años, anunciando la hoja de ruta. Y en eso siguen. Con el tiempo, Sánchez ha superado a su mentor.
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Unos y otros se reprochan mutuamente estar más pendientes del relato que de los ciudadanos, pero los que acusan no viven más que para el relato. La política española se ha convertido en un tablero donde cada jugador diseña estrategias con las que eliminar o minimizar al contrario para ganarle la partida. Si eso significa tomar una decisión que beneficie al ciudadano, ¡loado sea el Señor! Si no, habrá que esperar a que cambie el tiempo. Y el relato.
Los políticos ya no se preocupan por cómo impactarán las decisiones en la vida de los españoles sino en sus sentimientos. La pregunta, en la gestión política, no es cómo les influirá sino cómo se lo tomarán. No se miden las consecuencias sino la actitud que es capaz de provocar el debate sobre el tema y sus posicionamientos. Y a partir de ahí empiezan a actuar. Para lograr el triunfo, se alimentan de sondeos de opinión que son más importantes que los datos e informes sobre la realidad. Esos servirán después para construir la interpretación (el relato) con el que se aseguren de que nos lo tomamos bien.
Así, lo de menos es que las pensiones deban o no subir. Lo importante es que ninguno se quede atrás en la carrera por parecer sensible a las necesidades sociales. En este caso coincide con que es una buena decisión, pero no lo hacen por eso sino porque es una medida estratégica. Es una muestra más de cómo el sentimiento ha desplazado al argumento. No se evalúa la oportunidad y eficacia de un plan sino el impacto emocional que su anuncio tendrá en la ciudadanía. Puro corazón porque, además, en España todo nos lo llevamos a lo personal y así no hay quien pare a estos vendedores de crecepelo adiestrados en tocar la fibra sensible del comprador.
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