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Felizmente cerramos la semana. Y ansiamos su despedida con la esperanza de que, apelando a nuestro espíritu fallero, el domingo resulte tan purificador como el ... fuego. Qué saturación de ridículos concatenados y despropósitos, a cada cual más sonrojante. Parece mentira que sigamos generando acidez con todo lo que llevamos visto -que no es poco- y que se amontona en la mochila de la memoria y los años. Pero la política sigue superándose a sí misma, reescribiendo cada día el esperpento de Valle-Inclán, con la estética descuidada de un Torrente chusco, chabacano y peligrosamente real.
Lo de Ábalos ya no es política, es literatura de barra de bar pasada de whisky. El exministro, que andaba callado (seguramente por consejo legal), ha reaparecido a lomos de un autobús cargado de señoritas, con una habitación destrozada, la ministra Pilar Alegría de testigo y un silencio mediático que haría levantar la cabeza al autor gallego. La ministra portavoz, con su sonrisa institucional, hablando en exceso de dónde debe dormir una delegada del Gobierno, confundiendo una rueda de prensa del Consejo de Ministros con un Sálvame Deluxe.
Y por si fuera poco, lo de Koldo y su señora en el Senado es como un guión delirante de Almodóvar, un taquillazo de espías de bajo presupuesto. La exsecretaria particular de Ábalos, disfrazada de ET en bicicleta y de la señora envenenadora de Mainat. Un teatro de lo absurdo que avergüenza a la institución, mientras la seriedad de nuestra democracia cuelga de un hilo a base de escándalos y ridículos. Como la propuesta de esa mina de la vanguardia creativa que es Yolanda Díaz, ahora proponiendo incluir el «sexo no binario» en el DNI.Un show en el que participa el presidente Sánchez desde Hanói, rindiendo homenaje a Ho Chi Minh, el líder comunista vietnamita que terminó con la guerra civil de su pueblo a base de persecuciones políticas, represión y violación de derechos humanos, por mucho que el aparato de Moncloa lo ande disfrazando hablando de «ofrenda floral a sus héroes». Sánchez, en su afán de buscarse acomodo en las instituciones internacionales, se presta a respaldar un legado teñido de sangre y sufrimiento. Absolutamente innecesario.
Y como no hay pastel sin guinda, llega «the orange man» y sus decisiones tomadas a golpe de testosterona y de un ego desmesurado. Trump, el bufón del circo global, incapaz de respetar las mínimas normas de la diplomacia y el orden mundial, presumiendo de como el resto le andamos «chupando el culo». En puertas de la Semana Santa, los ciudadanos soportamos un particular vía crucis plagado de ridículos y vergüenza ajena. Obligados a seguir mirando a un teatro grotesco de difícil digestión, que puede hasta empeorar. Como diría Woody Allen: «Lo mejor está por llegar, pero no me gustaría estar allí cuando eso suceda».
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