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Leía a Rubén Amón y pensaba que su acertada diagnosis sobre el exceso de pelotas exacerbados que viven en la política iba a ser precisamente ... uno de mis deseos en la carta a SSMM los Reyes Magos de Oriente. Eso y que se extienda por todas partes el sentido común o el «trellat» que decimos los valencianos. Porque tiene mucha razón el colega cuando describe «a los sumisos costaleros de Sánchez», a los hooligans, la sobreactuación, la ferocidad argumental y el ardor desbocado -que con el debido permiso le añado yo- para retratar el momento que vivimos. A mis casi 60 (por irme acostumbrando) y tras muchas cartas reales, las he reconvertido en una mezcla de anhelos y cavilaciones.
Entre las segundas se lleva el protagonismo, la excesiva crispación y fanatismo que se respira. Demasiados pretorianos dispuestos a batirse en duelo por su líder, con tal de destacarse frente a él. Ganar enteros a base de genuflexiones léxicas y de provocaciones que elevan la temperatura política. Y por mucho que pensemos en los Patxi López, Óscar Puente, Maria Jesús Montero, Isabel Rodríguez o Bolaños, en todos los partidos se cuecen habas. La popular Cayetana Álvarez de Toledo (otra que tal) diagnosticó el problema del seguidismo de esta manera: «de pronto hombres y mujeres adultos, inteligentes y formados, acaban comportándose como una claque servil y sectaria».
El miedo guarda la viña, dice el refranero, lo que no deja de ser una perversión de lo que supone ser un cargo de confianza de cualquier rango. Se ha perdido su honesta y necesaria labor de asesoría. De ver lo que el líder no ve, de decirle lo que tal vez no quiera oír y de plantearle propuestas. Esa es la clase de autenticidad y lealtad que precisa una clase política aquejada de libertad interna y que suele perseguir las voces sensibles y distintas al relato oficial. Falta verdad y raciocinio y nuestro deber es exigir una política sin pelotas. En ninguna de sus dos acepciones. Hay exceso de inquisidores, trepas y mercenarios aferrados a la bicoca de sueldos que no bajan de 3.000 al mes agazapados entre los verdaderamente comprometidos, que aunque menos, también los hay.
Ni llamarle a un presidente «hijo de fruta» ni golpear a un muñeco suyo, ni la chulería y agresividad de Ortega Smith son tolerables, votemos a quien votemos. Igual que la persecución ideológica per se que vivimos a diario en redes sociales, como acostumbran a hacer gentes como Sandra Gómez, Joan Ribó o Borja Sanjuan. Disentir es otra cosa. Nuestra política anda escasa de templanza, mesura y altura de miras y sobrada de fanatismo, frentismo y violencia. Y mientras Melchor, Gaspar y Baltasar me reservan toneladas de carbón les pido que no tengan voz quienes justifican y minimizan cualquier cosa por muy injustificable que sea. Faltan valientes y sobran pelotas.
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