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La sensación es inquietante. Cómo sentirse objeto de algún experimento sociológico o neurocientífico secreto, haber sido elegidos sin saberlo para llevar en la espalda un ... monigote blanco de inocente o bien que estemos formando parte de un gran decorado de televisión dirigido por un codicioso productor como le pasó a Truman. Solo la fontanería de Moncloa sabrá qué técnicas andan usando con la opinión pública para contrarrestar los daños a la imagen de Sánchez desde que decidió mercadear con el sillón presidencial. Es tal la sucesión de capítulos y tramas, como pactar una moción de censura en Navarra con BIldu y amnistiar a los independentistas, que ya ni recordamos el principio de la telenovela: eliminar el delito de sedición del Código Penal y reformar el de malversación.
Brota tanta agua y tan rápido de ese manantial, que nuestra memoria ya está bajo el síndrome del 'burnout' y cualquier nuevo giro se volatiliza a la misma velocidad que el tro final de una mascletá. No damos más de sí con tanto sobresalto y parece que alguien de su equipo maneja a la perfección el factor sorpresa y sus tiempos. Todo apunta a que la estrategia del bombardeo continuo de asuntos no desgasta a Sánchez como debiera y posiblemente una de las explicaciones sea que hemos interiorizado y normalizado el hecho de con él cualquier cosa es posible.
Que dominan el viejo recurso de que un escándalo se borra con otro y que los globos sonda les sirven para mantener ese ambiente crispado que tanto aficionan, son hechos innegables. Y que estemos ante el primer gobierno que utiliza técnicas de neuromarketing y psicología, ya ni nos sorprendería. Adoptando el papel del inocente Truman, vaya usted a saber si estamos siendo sometidos a terapia de choque por la continua exposición a estímulos o si tenemos afectación de los astrocitos en el hipocampo que desestabilizan el circuito de la memoria con tal de asegurarnos la supervivencia. Porque algo debe justificar que algunos anden convirtiendo en costumbre el espectáculo bochornoso que nos sirve el gobierno con Puigdemont.
Un país y su sistema judicial dividido por siete votos, siete, de los 350 del parlamento. Una telenovela que ya quisieran las productoras turcas plagadas de ambiciones, vendettas, odios y vanidad desmedida contada por entregas: fin a la sedición, manoseo de las leyes para beneficiar las corruptelas, negociaciones en Bruselas, relator internacional, toda una vicepresidenta visitando a un huido de la justicia, persecución hacia los jueces, enfrentamientos entre los fiscales, Europa exigiéndole a España que se investigue las injerencias rusas, reforma de la ley de Enjuiciamiento Criminal -descartada anteayer mismo- y todo bajo el ridículo continuo de «donde dije digo, digo Diego». Para que luego sea Sigourney Weaver quien reciba un Goya de honor por sus películas, con el guión que tenemos aquí montado.
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