En realidad, esto es como un acto de gimnasia. O un reto para poder exhibir que en tal día escribí una columna con gripe. Desde ... esa fosa abisal de indiferencia y resignación en que te sitúa la enfermedad. Y eso me transporta, en ese estado de somnolencia, a la muerte de Guillaume Apollinaire en 1918, víctima de la pandemia de gripe, y a su tumba en el cementerio del Père Lachaise. Cada vez que caigo en la gripe me da por buscar precedentes literarios, en una acreditada disposición a caer en el delirio de grandeza. Puede ser, yo lo he leído, que Apollinaire escuchó en su agonía a la muchedumbre gritando por las calles «Guillaume est mort!», por la rendición de Alemania y la abdicación del káiser Guillermo. En el estado vegetativo en el que te sitúa la enfermedad, la agonía sería mediocre, y el currículo manifiestamente mejorable. Hay biografías cosidas a la grandeza. Uno no deja de pensar en esa vida de Apollinaire, truncada con 38 años, y sin embargo capaz de ponerle nombre al surrealismo, y darle su primera definición: «Cuando el hombre quiso imitar el andar, creó la rueda, que no se parece en nada a una pierna. Así hizo surrealismo sin saberlo». Nacido en Roma, estudiante en Niza, que suspendiera el bachillerato no impidió que llegara a ser una de esas personas que marcan con su impronta el tiempo histórico, y no se limitan a transitar sin más. Fue arrestado en 1911, acusado de estar implicado con el robo de la Gioconda en el Louvre, cuando en su caso sí que aparecía en el robo de dos estatuillas que compró Picasso al ladrón. Lo cierto es que el poeta fue detenido, pasó seis días en prisión, y sin embargo trató de proteger a Picasso. No pasaría lo mismo con Picasso, que hasta en los años 60 manchó la reputación de Apollinaire, cuando era evidente que el comprador de las dos piezas era él mismo. El autor del robo, Géry Pieret era tan osado y seguro de si mismo, que en una ocasión le dijo a su novia, Marie Laurencin: «Marie, me voy al Louvre esta tarde. ¿Quieres que te traiga algo de allí?» En esa vida repleta de descubrimientos, y de violentas iluminaciones, tuvo lugar su participación en la guerra del 14, su herida de guerra, y su declaración de Mort pour la France, en honor a su servicio durante la guerra. Un siglo después al pobre Apollinaire se le hubiera reprochado que hubiera nacido en el Trastevere, que suspendiera el bachillerato, el incidente del Louvre, o hasta su presencia en la guerra, como signo de militarismo. Desde su muerte no ha dejado de crecer su grandeza.
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