Se podría llamar contrarreforma digital si no sonara a reaccionario, que siempre parece negativo ¡Ni mucho menos! Las familias, algunas familias, proponen pisar el freno, un poco, que ni siquiera pegar volantazo. Muchas familias que piden que alguien le justifique las respuestas.
También es una frase que nos aplica cualquier adolescente que no acepta nuestras afirmaciones. Cuando el educar pasa del imperativo a la negociación. Con ella llega el conflicto porque los argumentos adultos, en ocasiones, no son admitidos de buenas a primeras en esos años tan intensos.
Las familias comienzan a pedir que les justifiquen las respuestas. Hay cierta impresión que los padres nos hemos dejado llevar por las modas, que la asertividad de sistema ha tenido mucho de persuasión.
La novedad de esta queja no es la queja misma, que ya es antigua y convive con la opinión opuesta. Lo novedoso, digo, es que las familias se rebelan contra la corriente, la moda, los empujones sociales que los han llevado a la posición que no buscaban por sus propios medios o decisiones. Los contextos en los que encuentro esta tendencia son diversos, pero el más evidente crece en las últimas semanas: el movimiento de familias que piden «romper una dinámica enquistada» que «obliga» a las familias a comprar un móvil al niño en su paso de Primaria a Secundaria. Los padres que han pasado por ahí lo saben bien. La entrada a Secundaria supone un salto en la autonomía del menor en cuanto a ir solo al instituto o por la calle, y muchas veces se inicia en salir con los amigos. Entonces, tener móvil juega un papel fundamental. Los preadolescentes necesitan conectarse a sus iguales; los padres exigen esa falsa sensación de control: te dejo como adulto pero sigo controlándote como un niño. Para ambos anhelos, el del chico y el de los padres, el teléfono móvil seduce como la mejor solución. Lo dramático es que a medida que se abre camino la evidencia de que a los 12 años todavía no hay madurez suficiente para manejar todos los riesgos que conllevan los dispositivos, la presión social nos empuja en dirección contraria. Si uno espera un poco más, primero serán los niños -todos mis compañeros ya tienen móvil-, luego serán los otros padres que te lo justifican con las aplicaciones de control parental y hasta los profesionales te llamarán la atención por poner en riesgo la socialización digital del niño. Muchos padres alargarían la compra del primer móvil, pero se sienten presionados.
Sin embargo, no quiero quedarme solo en esta pequeña revolución paternal contra el primer dispositivo, sino unirla, aunque sus protagonistas sean diferentes, con la vuelta al libro de texto en papel que se sugiere para las aulas o, incluso, con la decisión del Consejo Escolar de Navarra de proponer el retorno a la jornada partida en contra de la extensión -eso sí que es presión del entorno- de la jornada continua en los colegios.
Porque muchos padres, que ahora somos blandos, pero también hemos estudiado mucho, se dan cuenta de que se encuentran en lugares que no quieren estar, y que nadie les ha justificado de manera convincente el porqué de estas modas educativas. Lo peor es que somos nosotros los culpables por dejar de bracear y que nos lleve la corriente.
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