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Los criterios de admisión discriminan per se. Es una perogrullada, pero es el motivo de su existencia: discriminar, es decir, seleccionar excluyendo. Distinguir, priorizar, descartar y ordenar quien entra y quien queda fuera cuando en un colegio hay más demanda que oferta.
Discriminar connota mala ... uva, pero no hay más remedio si no queremos echarlo a suertes como durante tantos años. De hecho, para eso se aprueban unos criterios y no otros, para discriminar a qué damos relevancia y prioridad en el acceso.
Hay, cierto, un contagio conceptual a raíz de la existencia, justificada también en determinadas ocasiones, de la discriminación positiva. Que algunos la ven como un privilegio y muchos la reclaman para su circunstancia. Entonces, sí, la discriminación se interpreta como un ataque que beneficia a unos en detrimento de otros, y la disputa está en cómo afecta a mí y a los míos.
Partamos, por tanto, que la admisión discrimina porque selecciona, pero no es esta cualidad de ordenamiento lo criticable, sino la ética que sustentan los criterios. Ahí sí hay motivos más aceptables que otros. Por ejemplo, aceptamos que tener hermanos en el centro tiene su lógica para favorecer la logística de la familia, que lleve a todos los hijos al mismo colegio, pero criticamos, como lo ha hecho Escuelas Católicas, eso de dar un punto solo a los nacidos en la Comunitat Valenciana y no a los niños procedentes de otros territorios.
Libertad ma non troppo. Algunos centros no han sabido usarla y la Administración interviene para atajar los criterios éticamente más reprobables. Qué es eso de dar puntos solo para los de casa (un discurso que crece en Europa como se ha visto en las urnas este domingo), para los que quieren una escuela solo en valenciano, para los antiguos alumnos tangenciales y esporádicos (ya no solo del propio centro sino de cualquiera asimilado del mundo), etcétera. También está los que exigen pedigrí en la parroquia, que reniegan de la alegría de dar a conocer la Verdad de quien no la conoce o la olvida.
Esta vez hay que dar la razón a la Conselleria y tirar de las orejas a algunos centros que surfean por la cresta de lo admisible. Igual que hay veces que hay clínicas que no curan sino lo contrario, también hay colegios que olvidan la coherencia de ejercicio con los valores que enseñan.
Algunos, los contrarios a la libertad de elección, dirán que así se demuestra la injusticia de este punto a discreción del centro, pero existe la lectura contraria que es la eficacia de los controles por parte de la Administración para atajar los excesos que la libertad, en ocasiones, acarrea. En la democracia, la Constitución nos hace libres y el Código Penal, responsables. Pues lo mismo.
Lo inadmisible es restrictivo y no bascula entre lo que nos gusta o nos conviene. El cambio de gobierno no se debería notar en lo aceptable, porque no es el consenso democrático lo que varía de la izquierda a la derecha, sino es el dirigismo estatal frente a la libertad individual. Y en ésta, como cuando el Estado favorece la cercanía al centro, también hay motivos mejores y peores.
El sentido común contesta al ideologismo educativo con que la libertad tampoco es absoluta y convive en la escuela con otros objetivos deseables. Al mismo tiempo, también es sensato decir que la libertad de elegir criterios de los coles es más estrecha que la de las familias.
Hay criterios y criterios y los centros, en algunos casos, pretenden homogeneizar su comunidad educativa con estándares que sobrepasan el interés escolar y, por tanto, su autoridad para decidirlo.
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