![El legado educativo de Nadal](https://s1.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/2024/10/15/195371968--1200x840.jpg)
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En la final de Wimbledon de 2008 entre Rafa Nadal y Roger Federer, el mallorquín ganó con 27 errores no forzados y un total de 209 puntos por los 204 de Federer. Es decir, que el que llaman «mejor deportista español de todos los tiempos» ... falló ¡27 veces! en una de sus victorias más memorables. Además, la derrota apenas se quedó a cinco puntos de distancia. Vean en Youtube el discurso del propio Federer en la Universidad de Dartmouth en 2014: «La perfección es imposible (...). El signo de un campeón no es que sea mejor porque gana todos los puntos, es porque sabe que pierde una y otra vez y ha aprendido a lidiar con eso».
La retirada de Nadal coincide con la de otro ídolo como Andrés Iniesta, autor de la gran gesta colectiva del deporte español -el impacto del fútbol todavía es incomparable- que desató el delirio con su gol en Sudáfrica, rozando el último minuto de la prórroga, emulando los goles de un niño cuando sueña despierto. Unos minutos antes, Robben podría haber escrito una historia diferente.
Ya decía Aristóteles que el inicio de la filosofía es la admiración al igual que cualquier pedagogo apoya la idea de que los niños aprenden con el ejemplo y la imitación. Es bueno enfatizar que a Rafa Nadal se le ha admirado y se le ha puesto de ejemplo mucho.
El actual contexto digital prefiere meter nuestra mirada en el fango y no en las estrellas, porque admirar, se entiende, nos debilita y por el contrario la crítica nos coloca en algún tipo de superioridad moral. Así, no hay personalidad ni persona pública cuya fama aguante un par de asaltos en las redes sociales, que a cada halago le seguirá un reproche y algún insulto. No caigan en esa trampa de olvidar que incluso los santos fueron pecadores, «la perfección es imposible», y a un deportista ni mucho menos se le exige la santidad.
En perspectiva, entre Rafa Nadal y Pau Gasol reescribieron el imaginario colectivo sobre los valores del deporte español que hasta entonces se definía con la furia española de «jugamos como nunca, perdimos como siempre». Nadal y Gasol en la primera década del milenio, y luego con los Del Bosque, Iniesta, Xavi y demás, asentaron el nuevo arquetipo de campeón basado en el compañerismo, la humildad, la educación, la deportividad, el equipo, el autocontrol. Hasta el dedo en el ojo de Mourinho logró cicatrizar en una España que ya alababa el abrazo y no el bofetón. Nadal - y Gasol e Iniesta y etcétera- ha convertido en las dos últimas décadas el deporte como espejo de la España posible en contraste con una actualidad, principalmente política, mediocre y destructiva. El nadalismo deportivo es lo opuesto al trumpismo político. No es el logro de ser mejor -¡27 errores no forzados en su mejor partido!- sino el esfuerzo para ser mejor lo admirable.
Ahora que hay un relevo en las referencias deportivas de nuestro país, a los Lamine Yamal o los Carlos Alcaraz se les mide y pide el rasero de los Nadal, Gasol e Iniesta porque para los españoles ser campeón también es respetar al contrario y mostrarse como un ejemplo para los más jóvenes. Y este legado de referente educativo, 'influencer' si me entienden mejor', de Nadal y otros han hecho grande a nuestro deporte más allá de los títulos. Cuántos padres, esta semana, habrán contado a sus hijos los valores de Nadal antes que sus gestas. No solo nos dio alegría con sus triunfos, sino nos ha hecho mejores como sociedad, promoviendo valores que han conformado una guía de comportamiento deportivo para nuestras promesas y escolares. Podría haber decidido comportarse diferente y no lo hizo.
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