La mención de la vicepresidenta primera y ministra de Hacienda, María Jesús Montero, a la compra de un título con las universidades privadas no solo ... lleva a las entrañas el debate, sino que lo aleja de las soluciones. Lo de comprar un título fue aquel escándalo de deportistas y famosos que pagaban para obtener un título con el que patronear sus yates. Nada que ver con lo que representa en la educación superior el crecimiento de las universidades privadas. Lo que facilita esta proliferación, igual que en la FP, es el acceso a los estudios, no la titulación, y por tanto su opuesto no es elevar el nivel de las carreras sino la expulsión de su itinerario académico de cientos de miles de bachilleres.
En el ecosistema universitario, las privadas atienden a tres prioridades. Primero, a la innovación curricular, con una mayor agilidad para proponer grados de cualificaciones crecientes en el mercado laboral. En esto la crítica puede ser una formación demasiado utilitarista y práctica, o que atienda a modas que en el fondo puedan estar cubiertas desde la mera especialización en las carreras clásicas. Pero aquí también se incluyen las universidades privadas históricas con titulaciones específicas y de renombre, que en ocasiones son más exigentes en el acceso que cualquier otra universidad.
La segunda necesidad, y se observa mejor en la evolución del alumnado de másters, es el reciclaje profesional, esas propuestas universitarias, como pueda ser la VIU o las escuelas de negocio, dirigidas a segundas titulaciones y especialización. El máster del Profesorado de Secundaria es otro buen ejemplo.
El tercer campo, que es en lo que se centra ahora el debate, es la del acceso, la de permitir los estudios, en buena medida los estudios deseados, a aquellos bachilleres que las notas de corte les han dejado fuera de las universidades públicas. Ante esto, solo hay cuatro caminos: aceptar que quien no entra en una pública no estudie y busque trabajo, a ver qué partido lo soportaría; ampliar la oferta pública de plazas, que se dice pero ni se hace ni nunca será suficiente; o se acepta la colaboración del mercado para atender la demanda no satisfecha. La cuarta opción es un equilibrio de las otras tres: el mapa de titulaciones junto con aumento del presupuesto público aniversario y el dinamismo de las universidades privadas.
En suma, el mismo panorama que en los noventa tenía la Obligatoria, que provocó la red dual pública-concertada, o que en los dosmil inició un boom de las escuelas infantiles y su consiguiente bono infantil. Sí, el mercado se adelanta a las políticas para resolver un problema: qué hacemos si crece la demanda pero no la oferta.
Ni que decir tiene que el Estado es garante de la calidad, sea en Infantil, ESO o universidad, y por tanto todo lo anterior no está reñido con preguntarse qué es una universidad, y que entre sus requisitos no solo se contemple la docencia sino el resto de las funciones, como la investigación, que son inherentes a esta institución. Si algo la distingue del resto de etapas es precisamente esto, que no es un colegio venido a más.
Hoy en día la nota de corte es equivalente, en muchas ocasiones, a recibir una beca, estudiar la carrera que se quiere a un coste más barato. No creo que el camino sea atacar a las familias que afrontan este esfuerzo con apreturas y créditos. También está el planteamiento contrario, apoyarlas con becas y desgravaciones, por no citar el anatema de la concertación. Y revisar la orientación, que un tercio de los universitarios abandonan los estudios, y eso sí nos sale caro a todos.
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