Desde hace tiempo, y no sólo por los días previos a Navidad, el centro de Valencia es un hormiguero de seres humanos que van de compras, hacen gestiones, pasean, admiran monumentos, entran en iglesias -no por rezar sino por ver- y consumen en los bares, ... cafeterías-panaderías y restaurantes. Nativos unos, foráneos otros, los más diría yo. Y en ese centro atiborrado a casi todas horas y casi todos los días, el mercado de Colón emerge como un punto de encuentro que combina gastronomía, comercio, turismo urbano y actividades culturales. Ocio y negocio. El magnífico inmueble de Francisco Mora es uno de esos lugares a los que puedes llevar a un visitante ante el que quieras presumir de ciudad. No son muchos en Valencia: la Lonja, el Central, la Ciudad de las Artes y las Ciencias -por la espectacularidad calatraviana, no tanto por el contenido del Museo-, el Veles e Vents en el Puerto, San Nicolás y pare usted de contar. Hace años hubiera añadido la estación del Norte pero ahora entre que está en obras, que ya no se puede acceder a los andenes y que encima aquellos viejos expresos han ido desapareciendo ante el primado del posmoderno e impersonal AVE (en sus distintas modalidades, marcas y diseños), la terminal de Demetrio Ribes ha perdido el glamur que atraía a los frikis ferroviarios. También debería estar Mestalla, el estadio decano de España, icono futbolístico en trance de desaparición por la mala cabeza tanto de sus dirigentes (los de antes y los de ahora) como de los políticos. El mercado de Colón no está en obras y ha conseguido superar la trampa que le tendió Ribó con el mercadillo de frutas y hortalizas. Pero se enfrenta al pago del IBI de los últimos cuatro años, otra herencia envenenada del anterior alcalde, poco amigo de este enclave del Ensanche que debía de ver como un foco de lujo de la derechona, una diana perfecta contra la que el veterano comunista podía practicar sus políticas más populistas. No puedo llegar a entender cómo un comerciante que no es dueño del local tiene que hacer frente al pago de un impuesto sobre la propiedad. Lo que sí comprendo con facilidad es que a pesar del éxito de público que ha cosechado el recinto modernista, muchos negocios lo van a pasar francamente mal si tienen que abonar cantidades que en algunos casos pueden llegar a los 40.000 euros. Por lo que cabe la posibilidad de que en unos meses empecemos a ver persianas bajadas donde antes había actividad. Si queremos poder seguir presumiendo de mercado, el Ayuntamiento de Valencia va a tener que intervenir con urgencia para resolver lo que visto desde fuera resulta inexplicable.
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