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En días navideños -exactamente el pasado 29 de diciembre-, los grupos parlamentarios del PSOE y el PP se pusieron por fin de acuerdo en algo (¡enhorabuena!): reformar el artículo 49 de la Constitución y eliminar el término 'disminuido' para sustituirlo por el de 'personas ... con discapacidad'. El lenguaje importa, y mucho. Las palabras intentan ponerse al día para describir la realidad de forma más positiva, procurando no herir susceptibilidades.
Con ese cambio, apoyado felizmente por socialistas y conservadores (felizmente, digo, aunque literariamente discutible), se ha creado, a mi parecer, un nuevo problema: en el acuerdo de los dos principales partidos españoles se ha sustituido una palabra por tres, encima dándole entrada a otra que puede provocar similares agravios a la de disminuido: 'discapacidad'.
No es un gran avance, aunque se agradece la buena voluntad. En una época tensa y de muros, 'la buena voluntad' debería ser nombrada por la Unesco 'Bien Inmaterial' (realidad que carece de identidad corporal y es creación intelectual). Para mi código de valores, las personas más detestables en el trato diario son las personas con mala voluntad. Con ellas la frustración está asegurada. ¿Renunciamos también a la palabra discapacidad? Dejar de nombrar una palabra no elimina la realidad que intenta describir, con más o menos fortuna. En su libro 'No Pity: People with Disabilities', el activista estadounidense Josep Shapiro rechaza la idea de que sea «un cumplido que una persona capacitada no considere discapacitada a una persona discapacitada».
Sería como si alguien, afirma Shapiro, «intentase hacer un cumplido a un hombre negro diciéndole 'eres la persona menos negra que he conocido nunca', tan falso como decirle a un judío 'nunca pienso en ti como un judío', tan patoso como tratar de halagar a una mujer con un 'no te comportas como una mujer'. Al igual que los homosexuales a principios de los 70», añade Shapiro', «muchas personas discapacitadas están rechazando el 'estigma' por el que deben entristecerse o avergonzarse de su condición. Se enorgullecen de su identidad como personas discapacitadas, alardeando de ello en vez de ocultándolo».
Para estar bien informado sobre estas controversias terminológicas y descriptivas, me sumerjo en las páginas de 'Teorías cínicas' (Alianza, 2023), de la escritora británica liberal Helen Pluckrose y el matemático estadounidense James Lindsay (fundador de New Discourses). El subtítulo del ensayo es peleón, lo que agradezco como lector: 'Cómo el activismo académico hizo que todo girara en torno a la raza, el género y la identidad... y por qué esto nos perjudica a todos'.
El tema del feminismo es abordado por Pluckrose y Lindsay de forma concreta y quizá polémica: «Mientras las feministas radicales tratan de derrocar los sistemas capitalistas y patriarcales que consideran opresivos hacia las mujeres, y las feministas posmodernas buscan problematizar las estructuras existentes y analizar y deconstruir las categorías que las sostienen, las feministas liberales (y los liberales en general), quieren preservar las estructuras y las instituciones de la democracia secular y liberal para mejorarlas».
¿Palabras tal vez polémicas, dije antes? Ninguna novedad: hoy en día, con la lucha de fondo entre neomarxismo, pensamiento woke y liberalismo, todo es polémico.
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