Las turbulencias que recalientan las trastiendas de las parejas representan un mundo apasionante para los mirones, para los que contemplamos el rico espectáculo de la ... vida. No importa la clase social, ni las profesiones, ni las bajas o altas posiciones que ocupamos en la cadena trófica de nuestra sociedad, en el escalafón de nuestras hogueras de las vanidades.
El manotazo o guantazo o caricia inversa o pequeño puñetazo a lo Ruiz Mateos o simple 'bofetá' que le dedicó Brigitte a su marido Macron, ha retumbado en el planeta. Y justo antes de bajar del avión para emprender su gira asiática. Pues no sé yo con qué humor departirá el presidente francés con sus pares de aquellas latitudes. Tendemos a creer que la peña situada en las cumbres gasta educación aséptica como un quirófano. Suponemos que se toleran los cuernos, los fallos, las trolas, los derrapes, los baches propios de la convivencia y cualquier salida de tono porque deambulan sobre un ambiente alfombrado de lacayos, cocineros, sastres, maquilladoras y ayudantes, y eso relaja mucho porque facilita las cuitas del devenir cotidiano. Pero no es así, en el fondo somos todos bastantes parecidos porque respondemos del mismo modo ante las situaciones. En realidad, nos mueven idénticas pasiones; esto es, el amor, el desamor, el odio, el miedo, el cariño, el rencor, la venganza. Hasta ahora, el gran momentazo entre personas poderosas se lo debíamos a Melania, que le negó la mano a Trump de una forma abrupta. Pero en lo de Brigitte y Macron ha brotado otra suerte de furia como más barriobajera. Y lo mejor, la carita de pasmo de monsieur Emmanuel y su posterior disimulo al percatarse de la pillada. Era semblante de «¿y ahora qué hago? Pues fingir que se trata de una broma». En todas partes cuecen habas. Abróchense los cinturones que despegamos. Y las manitas quietas, por favor.
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