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La semana pasada escribí en esta columna que Rubiales merecía ser cesado por su comportamiento zafio en la final del mundial de fútbol, ya que sus chanchullos previos no merecían la atención del gobierno y que por sus prácticas dudosas nadie le iba a sacar ... del puesto; también aseguré que él no se iba a marchar, sino que se aferraría al cargo (lo que efectivamente sucedió). Ahora bien, de este punto a que la ONU se pronunciara y fuera noticia mundial destacada... es una locura. Sin embargo, a salvo de entender que lo que le ha pasado a este hombre (y por extensión al seleccionador como víctima colateral) en 24 horas, en su tránsito del éxtasis del triunfo al desprecio más universal, es psicológicamente devastador, lo sucedido dice mucho acerca de los modos en que hoy se crean y destruyen personajes públicos.
Rubiales cometió de forma consecutiva tres grandes errores que propiciaron la tormenta perfecta que le acabó engullendo. La primera fue, como es lógico, todo su 'show' en el palco y en la celebración posterior en el campo que ya todos conocen. Este es, naturalmente, el error esencial. Pero si Rubiales se hubiera disculpado de forma convincente («mi comportamiento es inexcusable, me dejé llevar por la euforia, tanto en el palco como en el césped, y buscaré terapia para que esto no vuelva a ocurrir; Jenni, de verdad que eres una gran persona y lo siento de corazón») el asunto hubiera acabado ahí, máxime si añadimos que Rubiales tenía buena relación con la Moncloa, según los entendidos. Pero no; la disculpa videograbada que emitió probablemente haya sido la más ineficaz (por poco creíble) de la historia reciente, y aquello se consideró un insulto añadido. Fue el segundo error.
El tercero fue su órdago al gobierno y acusar al «falso feminismo». Esto se paga con sangre; no importa que aquel haya protagonizado el ataque más brutal contra las mujeres del que se tiene memoria en democracia debido a su incompetencia legislativa; ahí has tocado hueso, y van a ir a muerte. Y en el mismo acto tuvo la osadía de acusar a Jenni de mentir, de ser ella quien le azuzó para que le diera el ya famoso «pico», y eso acabó de cerrar el círculo de meteduras de pata y de dar la señal para el ataque total y definitivo.
Me llama la atención lo mal que leyó Rubiales la situación en la que se metió. Su inteligencia social fue pésima. ¿Dónde ha estado el presidente en los últimos diez años? No comprendió bien ni lo que hizo ni su alcance. Pagó el pecado de los que han llegado a la cumbre sin matarse: se creyó intocable y se mostró de forma espontánea, sin comprender que su comportamiento fue del todo inaceptable. Y con ello atrajo su propia destrucción; la tormenta perfecta.
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